Podríamos definir la gordofobia como el odio, rechazo y
violencias que sufren las personas con sobrepeso y obesidad, en base a sus
características corporales y a los prejuicios que se les atribuye.
Afecta en mayor medida a las mujeres, por la mayor presión
estética sobre estas. El ideal de belleza imperante fluctúa con las modas, y
especialmente en la era de las redes sociales. Ya sea basado en una delgadez
extrema o en una figura curvilínea con abdomen plano y pecho y caderas anchas, estas
corporalidades preescritas a nivel social son difícilmente alcanzables para la
mayoría de las personas. Ello genera gran frustración, presión estética e
intentos por modificar el propio cuerpo, tales como prendas reductoras, dietas restrictivas
con efecto rebote o alteración de la imagen en redes. Este cocktail de
influencias genera gran insatisfacción corporal, culpa y mala relación con la
comida, problemas de salud mental y física para muchas personas.
¿Por qué la gordofobia es una cuestión de moralidad y no de salud?
Usualmente se critica a las personas con sobrepeso u
obesidad, legitimando estas críticas en base a argumentos relacionados con la
salud, como, por ejemplo, los riesgos del sedentarismo y los malos hábitos
alimentarios sobre la incidencia de problemas cardiovasculares o
musculoesqueléticos. No obstante, estas críticas no solo tratan sobre salud, y
van teñidas de un trasfondo de discriminación y prejuicios sobre cómo son las
personas gordas*.
Cuando decimos que moralizamos la gordura, nos referimos a
que esta característica corporal se asocia a adjetivos negativos como la
vagancia, la fealdad, la falta de éxito o el aislamiento social. Frente a esto,
atribuimos a las personas delgadas o con un físico normativo, características
positivas y deseables, como el atractivo o mayor éxito social y laboral. En
psicología, esto se conoce como efecto halo, un sesgo por el que tendemos a ver
a las personas como globalmente buenas o malas, según una característica específica.
Por otro lado, denominamos “pesocentrismo” al enfoque que siguen algunos profesionales de la salud, y que consiste en valorar la salud de un individuo en base a su peso, sesgando el resto de los juicios médicos en base a ello. Esta es una mirada simplista y reducida de la salud, que clasifica a las personas gordas como “enfermas”, y a las delgadas como “sanas”, sin tener en cuenta todo el continuo entre ambos extremos, de manera que se pierde una visión holística y completa de los fenómenos de salud. Adelgazar no es solo una cuestión de “fuerza de voluntad” y de una dieta de “pechuga y lechuga” acompañada de ejercicio. La salud es un constructo multidimensional y en el peso influyen muchos más factores, como pueden ser la disponibilidad de tiempo para ocio, deporte o para preparar alimentos, conocimientos de nutrición, salud mental, condiciones de vida, estrés, nivel socioeconómico, etc.
El sobrepeso ha demostrado ser un factor de riesgo sobre
distintos problemas de salud, si bien, como hemos dicho, no es determinante.
Sólo con saber el peso de una persona no podemos conocer su estado general de
salud, cuáles son sus hábitos de vida, o qué dolencias tendrá. Un enfoque
pesocentrista y gordófobo ve el sobrepeso no como un factor de riesgo, tal como
el tabaquismo, el consumo de alcohol y drogas o la hipertensión, sino como una
enfermedad en sí misma. El sobrepeso es objeto de burlas, críticas y
marginación, pero no lo son otros factores de riesgo para la salud. Sería raro
escuchar como a alguien le insultan al grito de “hipertenso de m*****”.
El efecto de la discriminación sobre la salud mental
Como consecuencia de una actitud gordófoba, es probable que
no critiquemos de la misma manera a una persona que cumpla con los estándares
de belleza y delgadez como lo haríamos hacia una persona gorda, a pesar de que
la primera pudiera tener objetivamente peor salud y peores hábitos
alimenticios. De esta forma, tenderíamos a estar más pendientes de los posibles
fallos y castigaríamos a las personas con sobrepeso por ocupar espacios o
demostrar una autoestima sana, a través de insultos, comentarios despectivos,
minusvaloración o marginación. Todo ello puede contribuir al estigma que sufren
las personas gordas, afectar a su salud mental y, posiblemente, contribuir a
que desarrollen peores hábitos de salud.
Para muchas personas, la dificultad en el control de la
alimentación y los hábitos saludables se relaciona con problemas emocionales,
de imagen corporal y problemas de la conducta alimentaria. Al recibir
menosprecio por parte de la sociedad, se agravan sus problemas y como después
se les culpa de ellos, empeora cada vez más la relación con su propio cuerpo y
con la comida, su autoestima y su inseguridad. Es difícil construir una
relación sana con el propio cuerpo y hábitos saludables desde la vergüenza y el
estigma.
Como conclusión, es importante resaltar la importancia de cuestionar
nuestros propios prejuicios e ideas preconcebidas sobre cómo son las personas
gordas, así como eliminar los comportamientos de exclusión y crítica de
las mismas. Una actitud gordófoba no beneficia a nadie, pues pone excesiva
atención en la forma corporal y aumenta la presión estética y la insatisfacción
con la propia imagen, además de dañar a las personas con sobrepeso.
*NOTA: habitualmente, la palabra “gordo/a” se percibe como
un insulto porque se relaciona con la creencia de que la gordura es algo
inherentemente malo. En este caso, se limita a describir una característica
corporal, sin dotarlo de connotación negativa.
Para ampliar
*https://www.consaludmental.org/publicaciones/Guia-gordofobia.pdf
Irene Serrano Blaya - Terapeuta del CPA
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