Fotografía: Pixaby, con
licencia Creative Commons.
Ponte
en situación: un/a amigo/a está muy triste porque su pareja ha decidido romper
la relación. ¿Qué crees que le responderías en ese momento?
a)
Estate
tranquilo/a. Ya verás cómo en un tiempo estás mejor y encuentras a alguien que
te trate mejor. Todo va a ir bien.
b)
¿Te
ha dicho por qué ha decidido dejarte?
c)
No
te preocupes. Lo mejor que puedes hacer es borrarle de las redes sociales y
dejar de pensar en él/ella.
d)
Estando
así no vas a conseguir nada. Se ha portado fatal contigo y no se merece que te
pongas así.
e)
Vaya,
se te ve muy triste por lo que ha ocurrido. Tiene que ser difícil estar en tu
situación ahora mismo.
Es
muy habitual que cuando alguien nos cuenta un problema no sepamos muy bien cómo
reaccionar ni qué decir. Además, dado que a menudo nos duele ver a esa persona
afectada, buscamos aliviar rápidamente su malestar (y, de paso, el nuestro).
En
consecuencia, solemos emitir respuestas que tratan de modificar la emoción o animar a la persona a pasar a la acción lo antes posible. En el ejemplo del inicio, se
ven algunas respuestas típicas encaminadas a estos objetivos: consolar o animar
(respuesta a), investigar lo que ha ocurrido (respuesta b), dar consejos para
solucionar la situación (respuesta c) o juzgar cómo está actuando la persona (respuesta
d).
Sin
embargo, no es extraño que nuestro interlocutor, ante esas respuestas, reaccione
con frases como “sí, claro, qué fácil es decirlo” o “no me entiendes”. E
incluso que no reaccione así pero se sienta mal. Pero, ¿por qué ocurre esto?
Cuando
respondemos a los problemas de la otra persona con respuestas como las
anteriores, de una forma encubierta estamos diciéndole que lo que está
sintiendo en ese momento no es adecuado, no tiene sentido o no nos parece bien.
En resumen, estamos juzgando, sin quererlo, la forma en la que esa persona se
siente, por lo que podemos hacer que la persona se sienta poco entendida.
Además, le estamos pidiendo que haga algo para cambiar su emoción cuando probablemente
la persona no esté preparada en ese momento para ello. Esto puede generar en
ella agobio y malestar. Por último, le podemos estar transmitiendo que no
debería tener emociones desagradables en su vida, lo cual es un objetivo
inalcanzable, ya que a lo largo de la vida necesariamente vamos a tener
situaciones que nos hagan sentir mal.
¿Qué puedo hacer
entonces?
Para
aumentar la probabilidad de que la persona se sienta cómoda, entendida y
acogida, es importante que en un primer momento permitamos que la persona sienta
esa emoción. En resumen, se trata de hacer sentir a nuestro interlocutor que
sus respuestas emocionales tienen sentido y son entendibles en el contexto de
lo que ha ocurrido.
Es
lo que en Psicología conocemos como validación
emocional, esto es, permitir y aceptar que la otra persona
se sienta tal y como se siente, legitimando sus reacciones emocionales y
dándoles la importancia necesaria, sin juzgarlas.
Pero, ¿cómo se
validan las emociones?
A
continuación, te proponemos algunos pasos que puedes seguir:
1. Escuchar
atentamente. Permite
que la persona exprese cómo se siente. Aunque es difícil, trata de prestarle
toda tu atención, no centrándote en qué vas a responder después. Probablemente,
lo que más necesite la persona que te está hablando es alguien que la escuche y
esté ahí. Mientras te lo cuenta, puedes acompañarla diciendo palabras como
“vaya”, “entiendo”, “qué duro”…
2. Respetar
cómo se siente la otra persona. Aunque
puedas no estar de acuerdo con cómo reacciona la persona (“yo no estaría así”,
“no lo entiendo”), se trata de contemplar la posibilidad de que esa persona se
pueda sentir así por lo que le ha ocurrido, aunque no lo compartas o entiendas
necesariamente.
3. Dar
una respuesta empática.
Podemos transmitirle el tipo de emociones que vemos en ella (tienes un ejemplo
de la respuesta “e” del ejercicio del inicio). “Te veo preocupado/a”, “por lo
que me dices, debes de estar muy enfado/a”, etc.
4. Preguntarle
por cómo se siente. Si
no nos ha contado cómo se siente, una opción es preguntárselo directamente.
“Vaya, ¿y cómo te sientes con lo que ha pasado?”.
5. Validar/normalizar
la emoción. Consiste
en hacerle ver que la forma en la que se está sintiendo es comprensible
teniendo en cuenta la situación. “Es entendible que estés así”, “tiene que
haber sido muy difícil para ti”, etc.
6. No
es recomendable dar un consejo si la persona no nos lo pide. Si le damos el consejo sin que
haya habido una petición previa, puede entender que lo que está haciendo está
mal, que no estamos de acuerdo con cómo está afrontando la situación o que
nosotros lo haríamos mejor.
7. Ofrecer
nuestra compañía.
Tras haber validado y atendido a sus respuestas emocionales, si lo valoramos
conveniente, podemos preguntarle por lo que necesita o desea en ese momento. Además,
podemos ofrecer nuestra ayuda, preguntando si hay algo que podamos hacer por
él/ella.
8. Guiar
para la acción.
También podemos ayudar a la persona a que vaya clarificando qué quiere hacer
con lo que está ocurriendo. Así, conseguiremos que la persona comience a
enfocarse a la acción y que perciba capacidad para afrontar la situación. “¿Has
pensando en qué te gustaría hacer ahora?, ¿qué te planteas hacer con esto?”.
9. Pensar
en nuestras experiencias.
Además de tener en cuenta los puntos anteriores, puede serte de ayuda pensar en
algún momento en el que hayas compartido con alguien un problema. ¿Qué te
hubiera gustado recibir por parte de la otra persona?, ¿qué necesitabas en ese
momento? Reflexionando al respecto, podrás identificar otros comportamientos
que te sean de ayuda.
Cristina
Aristimuño de las Heras - Terapeuta del CPA.
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