Estar en grupo y tener diferente
criterio sobre una determinada cuestión puede albergar una serie de temores como la necesidad
de aprobación, el miedo al enfado o las burlas, a ser diferente o incluso temor
a no quedar bien por estar desinformado…
¿Puede esto hacer que nuestro comportamiento difiera cuando
estamos solos a cuando estamos en grupo? ¿Demostramos diferente criterio
cuando hay más gente?
La presión por comportase según la norma social es lo que
produce el fenómeno conocido como influencia
social normativa.
Imagen: bellmon1, con licencia Creative Commons |
Quizás, en ocasiones te has
podido sorprender a ti mismo pensado “sé que no tienen razón pero no quiero
sentirme rechazado por expresar una opinión contraria” o “no tengo una idea
clara, por lo que prefiero seguir al grupo para evitar equivocarme” ¿Quiere eso
decir que nos fiamos más de nuestros compañeros que de nosotros mismos? De
alguna manera, en las ocasiones en las que aparecen estas verbalizaciones y en
la medida que nos dejamos llevar por a ellas, la respuesta será afirmativa. La frecuencia
de estas verbalizaciones dependerá en gran medida de la confianza que tengamos en
nosotros mismos pero aun así no podemos negar que la influencia social juega un
papel importante cuando nos encontramos en grupo. Asimismo, la influencia de
los otros en la persona dependerá de su historia previa de aprendizaje así como
de su experiencia en otras interacciones similares.
El papel del grupo es tan
importante porque el propio grupo se constituye como fuente de reforzamiento y
también, de castigo. Podemos incluso cambiar nuestra forma de pensar, o al
menos fingir que la cambiamos, por el refuerzo positivo del grupo (imitación de
nuestra conducta, felicitaciones, aplausos…) pero también el grupo puede ser un
arma de doble filo, castigando la conducta de continuar con nuestra forma de
pensar diferente (enfadados, represalias...)
En interacción con los demás, intercambiamos
formas de pensar y opiniones, además de nutrirnos del comportamiento de otros
como una forma más de aprendizaje. Nosotros mismos somos capaces de influir
sobre lo demás de la misma manera que ellos ejercen poder influencia sobre
nosotros. Dicha influencia no tiene por qué tener una connotación estrictamente
negativa, y más aún cuando dicha influencia es recíproca. El problema puede
surgir cuando cambiamos influencia por persuasión, entendido como un proceso unidireccional
y no bidireccional.
A lo largo de la historia de la
psicología, psicólogos sociales han puesto a prueba diferentes situaciones para
valorar si realmente se da esta influencia social en nuestras creencias,
acciones y decisiones.
Para contestar a estas preguntas
me gustaría centrarme especialmente en el concepto de “conformidad” y en el experimento
que llevó a cabo Solomon Asch en el año 1951.
Entendemos por conformidad el
hecho de que una persona pueda dar una respuesta diferente o adoptar un
comportamiento distinto en función de si se encuentra solo o en compañía.
El experimento consistió en que
unos sujetos debían decidir entre 3 líneas de diferente tamaño cuál de ellas
era igual a la línea patrón que previamente se les había mostrado, es decir,
decidir cuál de las 3 líneas era igual a la línea patrón. Algunas de las
personas estaban coordinadas con el experimentador de manera que debían dar
respuestas falsas (incorrecta) mientras que otros sujetos debían tomar la
decisión y emitir un juicio frente al grupo. La idea era explorar si los
sujetos que no estaban coordinados con el experimentador se conformaban y
emitían la respuesta en función de las opiniones del grupo o por el contrario
persistían en su respuesta (la correcta). Asch pretendía demostrar que las personas
no se conformaban con la opinión del resto cuando saben que su respuesta era la
correcta y la del grupo incorrecta. Su sorpresa fue al descubrir que no se daba
el resultado hipotetizado y que efectivamente, gran parte de los sujetos daban
una respuesta incorrecta basándose en las respuestas del grupo.
Por tanto, parece que modificamos nuestra actitud más por
presión de los otros o influencias externas que por un proceso reflexivo.
De nuevo, me surge plantear otra
pregunta: ¿qué ocurre cuando pensamos de manera diferente a la que actuamos? La
teoría de la Disonancia cognitiva (Festinger, 1957) permite dar respuesta a
esta pregunta. Dicha teoría refiere que necesitamos mantener cierta coherencia
entre nuestros pensamientos y nuestras conductas para sentirnos bien ya que la
incoherencia entre cómo pensamos y cómo actuamos da lugar a malestar, generando
en la persona estados de tensión y preocupación. La forma que encontramos para reducir el
conflicto es cambiar la percepción que tenemos para hacerla más compatible con
la conducta que emitimos.
Teniendo en cuenta que a lo largo
de nuestra vida pertenecemos a diferentes grupos y que en un mismo momento
vital determinado también pertenecemos a muchos grupos, no hay duda de que
éstos influyen no sólo en la formación de nuestra identidad sino también en la
forma de comportarnos ante determinados contextos. Asimismo, no resulta extraño si tenemos en
cuenta que desde pequeños hemos formado parte de ese proceso de socialización,
tan necesario para el desarrollo de las habilidades sociales que facilitan la
conducta interpersonal.
Bibliografía:
Sánchez, M.M. y Rodríguez, Y.T. (2012). Psicología social de los procesos grupales. Madrid: Pirámide.
Artículo redactado por Elena Aranda, terapeuta del CPA.
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