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lunes, 29 de febrero de 2016

La influencia social: ¿cambiamos nuestros juicios por presiones de otros?

Estar en grupo y tener diferente criterio sobre una determinada cuestión puede albergar una serie de temores como la necesidad de aprobación, el miedo al enfado o las burlas, a ser diferente o incluso temor a no quedar bien por estar desinformado…

¿Puede esto hacer que nuestro comportamiento difiera cuando estamos solos a cuando estamos en grupo? ¿Demostramos diferente criterio cuando hay más gente?

La presión por comportase según la norma social es lo que produce el fenómeno conocido como influencia social normativa.
Imagen: bellmon1, con licencia Creative Commons
Quizás, en ocasiones te has podido sorprender a ti mismo pensado “sé que no tienen razón pero no quiero sentirme rechazado por expresar una opinión contraria” o “no tengo una idea clara, por lo que prefiero seguir al grupo para evitar equivocarme” ¿Quiere eso decir que nos fiamos más de nuestros compañeros que de nosotros mismos? De alguna manera, en las ocasiones en las que aparecen estas verbalizaciones y en la medida que nos dejamos llevar por a ellas, la respuesta será afirmativa. La frecuencia de estas verbalizaciones dependerá en gran medida de la confianza que tengamos en nosotros mismos pero aun así no podemos negar que la influencia social juega un papel importante cuando nos encontramos en grupo. Asimismo, la influencia de los otros en la persona dependerá de su historia previa de aprendizaje así como de su experiencia en otras interacciones similares.

El papel del grupo es tan importante porque el propio grupo se constituye como fuente de reforzamiento y también, de castigo. Podemos incluso cambiar nuestra forma de pensar, o al menos fingir que la cambiamos, por el refuerzo positivo del grupo (imitación de nuestra conducta, felicitaciones, aplausos…) pero también el grupo puede ser un arma de doble filo, castigando la conducta de continuar con nuestra forma de pensar diferente (enfadados, represalias...)

En interacción con los demás, intercambiamos formas de pensar y opiniones, además de nutrirnos del comportamiento de otros como una forma más de aprendizaje. Nosotros mismos somos capaces de influir sobre lo demás de la misma manera que ellos ejercen poder influencia sobre nosotros. Dicha influencia no tiene por qué tener una connotación estrictamente negativa, y más aún cuando dicha influencia es recíproca. El problema puede surgir cuando cambiamos influencia por persuasión, entendido como un proceso unidireccional y no bidireccional.

A lo largo de la historia de la psicología, psicólogos sociales han puesto a prueba diferentes situaciones para valorar si realmente se da esta influencia social en nuestras creencias, acciones y decisiones. 

Para contestar a estas preguntas me gustaría centrarme especialmente en el concepto de “conformidad” y en el experimento que llevó a cabo Solomon Asch en el año 1951.

Entendemos por conformidad el hecho de que una persona pueda dar una respuesta diferente o adoptar un comportamiento distinto en función de si se encuentra solo o en compañía.

El experimento consistió en que unos sujetos debían decidir entre 3 líneas de diferente tamaño cuál de ellas era igual a la línea patrón que previamente se les había mostrado, es decir, decidir cuál de las 3 líneas era igual a la línea patrón. Algunas de las personas estaban coordinadas con el experimentador de manera que debían dar respuestas falsas (incorrecta) mientras que otros sujetos debían tomar la decisión y emitir un juicio frente al grupo. La idea era explorar si los sujetos que no estaban coordinados con el experimentador se conformaban y emitían la respuesta en función de las opiniones del grupo o por el contrario persistían en su respuesta (la correcta). Asch pretendía demostrar que las personas no se conformaban con la opinión del resto cuando saben que su respuesta era la correcta y la del grupo incorrecta. Su sorpresa fue al descubrir que no se daba el resultado hipotetizado y que efectivamente, gran parte de los sujetos daban una respuesta incorrecta basándose en las respuestas del grupo.

Por tanto, parece que modificamos nuestra actitud más por presión de los otros o influencias externas que por un proceso reflexivo.

De nuevo, me surge plantear otra pregunta: ¿qué ocurre cuando pensamos de manera diferente a la que actuamos? La teoría de la Disonancia cognitiva (Festinger, 1957) permite dar respuesta a esta pregunta. Dicha teoría refiere que necesitamos mantener cierta coherencia entre nuestros pensamientos y nuestras conductas para sentirnos bien ya que la incoherencia entre cómo pensamos y cómo actuamos da lugar a malestar, generando en la persona estados de tensión y preocupación.  La forma que encontramos para reducir el conflicto es cambiar la percepción que tenemos para hacerla más compatible con la conducta que emitimos.

Teniendo en cuenta que a lo largo de nuestra vida pertenecemos a diferentes grupos y que en un mismo momento vital determinado también pertenecemos a muchos grupos, no hay duda de que éstos influyen no sólo en la formación de nuestra identidad sino también en la forma de comportarnos ante determinados contextos.  Asimismo, no resulta extraño si tenemos en cuenta que desde pequeños hemos formado parte de ese proceso de socialización, tan necesario para el desarrollo de las habilidades sociales que facilitan la conducta interpersonal.


Bibliografía:

Sánchez, M.M. y Rodríguez, Y.T. (2012). Psicología social de los procesos grupales. Madrid: Pirámide.


Artículo redactado por Elena Aranda, terapeuta del CPA.

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