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lunes, 16 de noviembre de 2015

"Es que soy demasiado asertivo"

El concepto asertividad se ha ido popularizando e introduciendo en el ideario social, convirtiéndose poco a poco en una cualidad deseable en prácticamente todos los contextos. Esto ha provocado la aparición de cientos de cursos y talleres para desarrollarla, así como miles de páginas web y entradas en blogs que revisan, con mayor o menor atino, cómo convertirse en todo un adalid de la asertividad. Si no un cruzado.

En este mismo blog, la psicóloga Marta de la Torre da algunas interesantes pautas sobre cómo comportarse de una forma asertiva en el trabajo, aplicables también a otros contextos.

Sin embargo, es cada vez más común escuchar frases como las del título de esta entrada: “Yo es que soy demasiado asertivo”. Esta frase es una contradicción en términos y plantea una trampa cada vez más frecuente: confundir la asertividad con la agresividad. El psicólogo Daniel Santacruz ha ideado el término "agrertividad" para denominar esta habitual confusión.

Imagen: Peter Renshaw, con licencia Creative Commons

¿Por qué es tan fácil caer en este error? ¿Cómo diferenciar una cosa de la otra? Allá van algunas pinceladas que pueden ayudarte a responder estas preguntas:


La asertividad es el “3 en 1” de las habilidades sociales.

Permite que 1) hagamos valer nuestra postura, opinión o preferencia, 2) que expresemos nuestras emociones positivas y negativas y 3) maximiza las probabilidades de que la/s otra/s persona/s comprenda/n tanto una cosa como la otra sin interpretar que ignoramos o vulneramos las suyas.

Por ello, si percibes que tu comportamiento o el de la otra persona no contribuye a facilitar la comunicación sino que la dificulta, que promueve la aparición de emociones desagradables y un clima de tensión... probablemente sea porque el comportamiento de una de las dos partes —o de las dos— no esté siendo asertivo, sino agresivo (“los demás se pliegan ante mis deseos”) o, por el contrario, inhibido (“me pliego ante los deseos de los demás”).


Comportarse de forma asertiva NO ES FÁCIL.

Comportarse de forma agresiva o inhibida puede tener ventajas de forma inmediata, que darían cuenta de por qué es tan fácil caer en la trampa de comportarse de cada una de estas formas: aliviar la ira acumulada o zanjar una discusión con unos gritos son ejemplos de “ventajas” inmediatas de actuar agresivamente, y evitar un posible conflicto por dar mi opinión un ejemplo clásico de “ventaja” inmediata de actuar inhibidamente (o no actuar).

Aunque a largo plazo las consecuencias de ambos tipos de comportamiento pueden ser desagradables (deterioro de relaciones sociales, no consecución de los objetivos propios y supeditación a los de los demás, frustración, etc.), somos seres cortoplacistas.

Si a esto se suma el hecho de que el currículo académico no incluye una asignatura de habilidades sociales y asertividad y que, además, gran parte de los modelos a los que estamos expuestos (familiares, amigos/as, jefes/as, personajes de películas, figuras públicas…) no actúa habitualmente de forma asertiva, la pregunta más bien sería: ¿cómo íbamos a actuar nosotros de este modo?


No todo es lo que se dice.

El contenido de nuestra crítica —o, más bien, petición de cambio de conducta— puede estar muy bien preparado y elaborado siguiendo las pautas habituales: exponer problema señalando claramente el comportamiento de la otra persona, explicar consecuencias negativas, describir cómo se siente uno/a, escuchar punto de vista de la otra persona, pedir conducta alternativa deseada, señalar consecuencias agradables del cambio solicitado y —la guinda— agradecer.

Pero si a todo esto lo acompaña una mirada torva, un rostro ceñudo, enrojecido, la voz y las manos temblorosas, el tono ensalzado o despectivo… es probable que la otra persona se sienta atacada y tu mensaje, por otra parte tan válido, quede en cierto modo deslegitimado. En otras palabras: nadie sale ganando.

Si crees que esto puede estar ocurriéndote, plantéate practicar frente a un espejo o grabarte, atendiendo a lo que transmite todo tu cuerpo y a si es lo mismo que tratas de decir con tus palabras.


¿Sinceridad o sincericidio?

Según la psicóloga Elia Roca, una de las características de las personas agresivas es, precisamente, “justificar su agresividad en nombre de la sinceridad y la congruencia, pensando que su comportamiento es deseable porque son sinceras, dicen lo que piensan, etc.”.

Al expresar nuestra opinión a otra persona sin tener en cuenta sus emociones y deseos —aunque lo que se diga pueda ser cierto— disminuye la probabilidad de que ésta atienda y entienda lo que pensamos y hace más probable que considere nuestro mensaje como un ataque, dificultando la relación. De nuevo, nadie gana.

Hay muchas personas que consideran que ser sincero/a es decir todo lo que uno/a piensa. Esta idea sólo contribuye a dificultar el complejo engranaje de las relaciones sociales.

Si eres una de ellas, plantéate mejor que ser sincero/a es pensar todo lo que uno/a dice. Así no te sentirás tan empujado/a a expresar tu parecer y podrás tener más en cuenta las posibles consecuencias.



En resumen, si observas que las dinámicas sociales en que estás envuelto/a se resuelven con un “gano-pierdes” o “pierdo-ganas”, es muy probable que estés actuando de forma agresiva o inhibida. Recuerda que, aunque comportarse de forma asertiva puede requerir entrenamiento y mucha práctica, los beneficios a largo plazo bien merecen el esfuerzo.


Artículo redactado por Darío Moreno, terapeuta del CPA.

4 comentarios:

  1. Excelente entrada. Enhorabuena

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    1. Muchas gracias por leerla y comentarla.
      Un saludo.

      Darío Moreno

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  2. Muchas gracias, Montse.
    Es un honor y un placer que lo que uno escribe sea leído y resulte de utilidad :)
    Un saludo.

    Darío Moreno

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  3. Excelente, me ha servido para mi trabajo,y también para mi practica dia a dia.
    Gracias

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