El concepto asertividad se ha ido popularizando e introduciendo en el ideario
social, convirtiéndose poco a poco en una cualidad deseable en prácticamente
todos los contextos. Esto ha provocado la aparición de cientos de cursos y
talleres para desarrollarla, así como miles de páginas web y entradas en blogs que
revisan, con mayor o menor atino, cómo convertirse en todo un adalid de la
asertividad. Si no un cruzado.
En este
mismo blog, la psicóloga Marta de la Torre da
algunas interesantes pautas sobre cómo comportarse de una forma asertiva en el
trabajo, aplicables también a otros contextos.
Sin embargo, es cada vez más
común escuchar frases como las del título de esta entrada: “Yo es que soy demasiado asertivo”. Esta
frase es una contradicción en términos y plantea una trampa cada vez más
frecuente: confundir la asertividad con la
agresividad. El psicólogo Daniel Santacruz ha ideado el término "agrertividad" para denominar esta habitual confusión.
Imagen: Peter Renshaw, con licencia Creative Commons |
¿Por qué es tan fácil caer en
este error? ¿Cómo diferenciar una cosa de la otra? Allá van algunas pinceladas
que pueden ayudarte a responder estas preguntas:
La asertividad es el “3 en 1” de las habilidades sociales.
Permite que 1) hagamos valer
nuestra postura, opinión o preferencia, 2) que expresemos nuestras emociones
positivas y negativas y 3) maximiza las probabilidades de que la/s otra/s
persona/s comprenda/n tanto una cosa como la otra sin interpretar que ignoramos
o vulneramos las suyas.
Por ello, si percibes que tu
comportamiento o el de la otra persona no contribuye a facilitar la
comunicación sino que la dificulta, que promueve la aparición de emociones
desagradables y un clima de tensión... probablemente sea porque el
comportamiento de una de las dos partes —o de las dos— no esté siendo asertivo,
sino agresivo (“los demás se pliegan
ante mis deseos”) o, por el contrario, inhibido (“me pliego ante los deseos de los demás”).
Comportarse de forma asertiva NO ES FÁCIL.
Comportarse de forma agresiva o
inhibida puede tener ventajas de forma
inmediata, que darían cuenta de por qué es tan fácil caer en la trampa de
comportarse de cada una de estas formas: aliviar la ira acumulada o zanjar una
discusión con unos gritos son ejemplos de “ventajas” inmediatas de actuar
agresivamente, y evitar un posible conflicto por dar mi opinión un ejemplo
clásico de “ventaja” inmediata de actuar inhibidamente (o no actuar).
Aunque a largo plazo las consecuencias
de ambos tipos de comportamiento pueden ser desagradables (deterioro de relaciones sociales, no consecución de
los objetivos propios y supeditación a los de los demás, frustración, etc.), somos
seres cortoplacistas.
Si a esto se suma el hecho de que
el currículo académico no incluye
una asignatura de habilidades sociales y asertividad y que, además, gran parte
de los modelos a los que estamos
expuestos (familiares, amigos/as, jefes/as, personajes de películas, figuras
públicas…) no actúa habitualmente de forma asertiva, la pregunta más bien
sería: ¿cómo íbamos a actuar nosotros de
este modo?
No todo es lo que se dice.
El contenido de nuestra crítica
—o, más bien, petición de cambio de
conducta— puede estar muy bien preparado y elaborado siguiendo las pautas habituales:
exponer problema señalando claramente el comportamiento de la otra persona,
explicar consecuencias negativas, describir cómo se siente uno/a, escuchar
punto de vista de la otra persona, pedir conducta alternativa deseada, señalar
consecuencias agradables del cambio solicitado y —la guinda— agradecer.
Pero si a todo esto lo acompaña una
mirada torva, un rostro ceñudo, enrojecido, la voz y las manos temblorosas, el
tono ensalzado o despectivo… es probable que la otra persona se sienta atacada y
tu mensaje, por otra parte tan válido, quede en cierto modo deslegitimado. En
otras palabras: nadie sale ganando.
Si crees que esto puede estar
ocurriéndote, plantéate practicar frente a un espejo o grabarte, atendiendo a lo que transmite todo tu
cuerpo y a si es lo mismo que tratas de decir con tus palabras.
¿Sinceridad o sincericidio?
Según la psicóloga Elia Roca, una
de las características de las personas agresivas es, precisamente, “justificar
su agresividad en nombre de la sinceridad y la congruencia, pensando que su
comportamiento es deseable porque son sinceras, dicen lo que piensan, etc.”.
Al expresar nuestra opinión a
otra persona sin tener en cuenta sus emociones y deseos —aunque lo que se diga
pueda ser cierto— disminuye la probabilidad de que ésta atienda y entienda lo
que pensamos y hace más probable que considere nuestro mensaje como un ataque, dificultando
la relación. De nuevo, nadie gana.
Hay muchas personas que
consideran que ser sincero/a es decir
todo lo que uno/a piensa. Esta idea sólo contribuye a dificultar el
complejo engranaje de las relaciones sociales.
Si eres una de ellas, plantéate mejor
que ser sincero/a es pensar todo lo que
uno/a dice. Así no te sentirás tan empujado/a a expresar tu parecer y
podrás tener más en cuenta las posibles consecuencias.
En resumen, si observas que las
dinámicas sociales en que estás envuelto/a se resuelven con un “gano-pierdes” o
“pierdo-ganas”, es muy probable que estés actuando de forma agresiva o inhibida.
Recuerda que, aunque comportarse de forma asertiva puede requerir entrenamiento y mucha práctica, los beneficios a largo plazo bien merecen el
esfuerzo.
Artículo redactado por Darío Moreno, terapeuta del CPA.
Excelente entrada. Enhorabuena
ResponderEliminarMuchas gracias por leerla y comentarla.
EliminarUn saludo.
Darío Moreno
Muchas gracias, Montse.
ResponderEliminarEs un honor y un placer que lo que uno escribe sea leído y resulte de utilidad :)
Un saludo.
Darío Moreno
Excelente, me ha servido para mi trabajo,y también para mi practica dia a dia.
ResponderEliminarGracias