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Como ya
sabemos, la ansiedad es una respuesta adaptativa que nos permite escapar de una
situación de posible peligro. Por ello, el hecho de tener ansiedad ante ciertas situaciones no supone necesariamente un
problema. Sin embargo, en opinión de esta psicóloga, hoy en día existe un
fuerte rechazo hacia las sensaciones displacenteras, siendo interpretadas en
seguida como un elemento aversivo que hay que evitar, y que además indica que
no se está bien, que se tiene algún problema.
Esta
intolerancia aparente a la ansiedad puede afectar a cómo se interpretan y abordan los miedos infantiles, ya que los
miedos normales pueden ser interpretados como patológicos.
En los niños
se producen unos miedos que a lo largo de su desarrollo que se han considerado
miedos normales, ya que son compartidos por muchos de ellos durante un cierto
periodo de su desarrollo. Estos miedos suelen son transitorios, de intensidad leve y propios de una edad. Así por
ejemplo, el miedo la separación de los
padres se suele producir a partir de los seis/ocho meses de edad y va
desapareciendo según el niño crece. Entre los cuatro y los ocho años es común
que aparezcan fobias específicas ante determinado estímulos como la oscuridad,
los ruidos fuertes o los animales. Posteriormente pueden comenzar los miedos de
carácter más social, como el miedo al colegio.
Cuando uno
de estos miedos de la infancia persiste
más allá de la edad que se considera normal, el grado de malestar que provocan
es muy elevado de forma que interfiere con la vida normal del niño y de los
padres, podremos estar hablando de una fobia. Es entonces cuando habrá que
abordarlo de manera específica.
No se trata
de no atender al niño puesto que lo puede pasar mal, se trata de no patologizar ni exagerar una
situación que, aunque pueda resultar desagradable, forma parte del proceso de
crecimiento y de afrontamiento de la vida.
Autora: Marta Gervás
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