Foto: hotblack, vía Morgue file |
Los
seres humanos tenemos la necesidad de controlar el medio que nos rodea, es
decir, saber qué podemos esperar de
las diferentes situaciones.
Nuestros
recursos son limitados, y no podemos prestar atención a todos los estímulos ni
recordar toda la información de todas las variables que hemos manejado a lo
largo de la vida. Por esto, tenemos un mecanismo
que nos permite tener sensación de control
sobre lo que nos pasa, sobre las situaciones y las personas que conocemos.
Nuestro
cerebro no puede, cada vez que se enfrenta a información nueva, procesar toda
esta información y a la vez generar la respuesta más adecuada. Por ello,
tenemos mecanismos que nos facilitan la generación de dicha respuesta, que son
las inferencias que hacemos sobre el funcionamiento de nuestro medio.
Dentro
de estas inferencias que utilizamos para controlar mejor nuestro medio están
los prejuicios.
Los
prejuicios son las inferencias que hacemos sobre cómo son las personas, sobre
todo aquellas personas de las que no tenemos mucha información. Estos
prejuicios se construyen gracias a la capacidad que tenemos de sintetizar
aprendizajes, ideas, experiencias y sensaciones que hemos tenido a lo largo de
la vida.
De
esta forma, cuando nos enfrentamos a personas de las que tenemos poca
información, inferimos aquella información que no tenemos y, de una
manera inconsciente, pensamos que nos puede ser útil para interactuar con ella
de la forma más adecuada.
Así
por ejemplo, por la forma de vestir de una persona, podemos inferir una
determinada ideología política. Tenemos información por nuestra experiencia
vital de que, en varias ocasiones, una determinada ideología puede estar
asociada a una determinada indumentaria, de tal forma que siempre que vemos esa
indumentaria tendemos a pensar que es otro ejemplo más de esta asociación. Sin
embargo, ¿por qué nos puede interesar saber la ideología política de nadie?
Sencillo, porque si nos plantemos una posible interacción, nos gusta saber qué
podemos decir sin que nadie se sienta ofendido, y nos gusta saber qué cosas nos
puede decir esa persona para prepararnos posibles respuestas.
Este
ejemplo es un caso muy obvio de prejuicio, pero este mecanismo se hace
extensible a cualquier aspecto de la otra persona. Las personas generamos
prejuicios de todo tipo, que pueden ir desde si una persona tiene unos
determinados gustos o ideas, hasta si es superficial, juerguista, digno de
confianza, majo, y hasta podemos inferir si tiene una buena o mala autoestima.
Entonces,
¿los prejuicios son malos? En opinión de esta psicóloga, en absoluto. Los
prejuicios no son malos, es más, son inevitables debido a lo adaptativos que nos han resultado a lo
largo del tiempo. Es imposible que nos movamos sin prejuicios ya que cumplen la
función de generar certidumbre, nos permiten desenvolvernos en nuestro entorno
de una manera adaptativa. Sin embargo, no debemos olvidar de que los prejuicios
no son más que inferencias, con
cierta base empírica de nuestra experiencia vital, pero inferencias al fin y al
cabo. Los prejuicios llevados al extremo dan lugar a actitudes intransigentes
con respecto a ciertos colectivos, ya que las inferencias se generalizan de un
individuo a un grupo entero. Así surgen los pensamientos de que todas las
personas A son B, como por ejemplo, “si eres un chico te gustará el futbol”.
Es
imposible dejar de elaborarnos prejuicios, y si lo intentamos con toda
probabilidad nos frustraremos e incluso nos sentiremos malas personas por no
poder evitar esas “primeras impresiones”. Hay que aceptar que están ahí, que
son funcionales, y simplemente estar atentos para no tomar su contenido como
una verdad absoluta sin la necesidad de someterla a juicio.
Y usted, lector, ¿qué piensa?Autora: Marta Gervás, terapeuta del CPA
No hay comentarios:
Publicar un comentario