Foto: The Morgue File |
El tiempo, por más que nos empeñemos en decirlo, no puede gestionarse. Se limita a pasar sin que nadie pueda hacer nada para evitarlo. Ahora bien, no hay de qué lamentarse porque nos estimula para aprender a gestionarnos a nosotros mismos, dirigir nuestra vida hacia donde queremos y mejorar el modo de organizar nuestras metas y propósitos. Y en este terreno, SÍ tenemos una GRAN influencia.
Existen
numerosas estrategias que permiten gestionar nuestra vida y hacer un mejor uso
de nuestro tiempo. Aunque muchas puedan parecer obvias, no siempre se aplican.
El reto estriba en aprender cuándo emplearlas y, sobre todo, tener la
determinación de realizarlas incluso bajo el fuego de la prisa, estrés o
procrastinación. Estas son algunas de las estrategias más destacadas por los
que hacen una buena gestión de su vida:
Identifican y modifican
sus “ladrones del tiempo”
Estas
personas buscan pruebas para ver en qué y cómo invierten su tiempo. Registran aspectos
como la duración de sus actividades y las compararan con el tiempo que tenían
previsto para realizarlas. Con ello, ven detalles que de otra forma les pasarían
inadvertidos y plantean inmediatamente soluciones a las variaciones en su
gestión.
Mantienen la calma en
momentos de mayores exigencias, responsabilidades y estrés
Ignoran
los “debería de…”, “tengo que…” porque saben que éstos solo añaden presión. En
su lugar, se plantean realmente que “quieren” o “deciden” hacer y se
comprometen de forma decidida, centrándose en los pasos a dar, cuándo y dónde
comenzarán. Saben que gratificarse a cada paso en lugar de criticarse, favorece
la motivación y la consecución del objetivo.
Discriminan muy bien
los asuntos importantes de las cuestiones urgentes
Saben
que lo que de verdad es urgente, es atender a lo importante. Prestan atención desde
el principio a los temas que requieren importancia, más si son urgentes, pero
no se paran en cosas que parecen urgentes y no son importantes. Priorizan
continuamente, lo que les hace “ganar
tiempo” y les libera del estrés. Un ejemplo es distribuir las tareas diarias según:
Gráfica de Rubén Alzola |
Crean un contexto
adecuado para ellos
Modifican
su entorno para “ponérselo fácil”. Son conscientes que si se interrumpe una
tarea, luego cuesta coger el ritmo, como si fuera una cuerda cortada por varios
sitios que hay que unir y ve reducida su longitud. Por eso, establecen determinados
momentos en los que eviten ser interrumpidos, evitan trabajar con la puerta
abierta a todas horas y realizan las actividades menos importantes en periodos
con más interrupciones.
Evitan el perfeccionismo
Son
conscientes que el tiempo que dedican a una tarea no aumenta la calidad o su
valor de forma proporcional y no se detienen en pulir hasta el más mínimo
detalle. Detectan cuando la preparación se convierte en procrastinación.
Especifican sus
objetivos y actividades críticas
Estas
personas tienen muy presente de antemano que, sin un objetivo realista, lo que
hagan puede ser muy frustrante. Se concentran en las actividades más críticas, es
decir, aquellas que aseguran la mayor parte del resultado final. Procuran no aplazar
decisiones importantes; asumen el riesgo de equivocarse y recuerdan que evitar
afrontar las situaciones fortalece el miedo, mientras que la acción lo
disuelve.
Planifican
Conocen
los beneficios de dividir el objetivo en varias etapas o pasos, cada uno con un
plazo y un indicador claro de que se ha conseguido. Una variante muy útil es realizarla
en sentido inverso, partiendo de la fecha de terminación y programando hacia
atrás, marcando los plazos de terminación de cada paso hasta llegar al momento
actual.
Desconectan
Desconectar
les ayuda a tomar conciencia de lo que hacen, mientras se enriquecen en otras
áreas de sus vidas. No se estresan tampoco con esto, entienden que puntualmente
la inactividad o “no hacer nada” puede ser una fuente de satisfacción. La
anticipación del descanso reduce el cansancio y aumenta la concentración.
Desconfían de la
“fuerza de voluntad”
Cambian
sus hábitos a partir de la repetición frecuente de sus acciones, porque saben
que es mucho más eficaz para modificar comportamientos que la mera “fuerza de
voluntad” (lo que en sí no tiene sentido, porque no parece lógico necesitar una
fuerza especial cuando se desean hacer cosas).
Autora: Marta de la Torre
Referencia:
Ballenato, P. (2009). Gestión del tiempo. Ed. Pirámide.
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