Foto: alepuz, con licencia creative commons |
O más bien tu hijo o tu vida. Cada vez
hay más demanda por parte de padres desesperados y agobiados con sus hijos
desobedientes, maleducados, agresivos…
Este comportamiento tan alejado de normas
es bastante habitual en el desarrollo de los niños: los lloros, las pataletas,
los insultos (“eres tonta”)... son frecuentes y convenientes en ciertos
momentos de la vida de un niño, y con este comportamiento se puede generar que
el niño adopte un estilo de comunicación asertivo, defendiendo sus derechos y
respetando los de los demás. El problema está cuando estos comportamientos no
cesan.
Quizá se pueda pensar en el componente
hereditario de este tipo de conductas, en la estabilidad de las mismas y en la
imposibilidad hacia el cambio. Pero nada más alejado de la realidad.
El primer paso es explicar que la
conducta sí se puede cambiar y motivar hacia el cambio, aspecto nada fácil
cuando tienes delante a unos padres cansados y derrotados, que han probado de
todo y que no encuentran más estrategias en su repertorio. Este primer paso es
fundamental puesto que son ellos los que van a tener que resolver la situación,
modificando su conducta para conseguir modificar la de su hijo. Y este es el
segundo paso, puesto que hay que enseñarles a hacerlo.
Aspectos tan básicos y a priori sencillos
de aplicar como el refuerzo de manera contingente a ciertas conductas positivas
de los niños y la extinción de aquellas que no son adaptativas, como algunas de
las estrategias que los padres tienen que aprender, resultan muy difíciles de administrar
de manera satisfactoria. Y no se les puede negar que lo es, puesto que son
ellos los que sufren las respuestas agresivas o las conductas desobedientes y
porque si fuésemos máquinas lo haríamos mucho mejor.
En cuanto a esos niños, que nadie sabe
cómo han llegado a esos extremos, pero cuya explicación es mucho más sencilla
cuando se revisa cada caso en particular, en muchas ocasiones no disponen de
las habilidades necesarias para afrontar situaciones conflictivas y lo hacen a
través de la coacción, agresión y exigencia. Es necesario que aprendan a
resolver dichas situaciones y que generen estrategias para afrontar su
frustración y el control de su conducta.
Muchas de las veces la familia se ve
inmersa en una situación insoportable, puesto que se han generado repertorios
de conducta muy viciados, en los que cada miembro hace exactamente lo mismo una
y otra vez. Es posible el cambio, sin ninguna duda, y para ello sólo hace falta
la ayuda de un profesional de la conducta humana.
Carla Morales Pillado (Terapeuta del CPA)
Referencias:
Serrano,
I. (2005). El niño agresivo. Madrid:
Pirámide.
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