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Esta entrada, pese a tener carácter divulgativo, va a
incluir terminología técnica. No obstante, intentaré dar una definición clara
de los términos que puedan generar confusión.
En psicología del aprendizaje hay descritos cuatro tipos de
consecuentes: refuerzo positivo, refuerzo negativo, castigo positivo y castigo
negativo. Los refuerzos (de ambos tipos) suponen un aumento en la probabilidad
de ocurrencia de una conducta; los castigos, de una reducción de dicha
probabilidad. Un consecuente es cualquier tipo de evento asociado a la
ejecución de un comportamiento determinado. Por ejemplo, si voy a dar un
sorbo a mi té sin haber esperado lo
suficiente, me quemaré. El comportamiento en este ejemplo sería “beber té
humeante”, y el consecuente la quemadura en la lengua. La próxima vez, además,
seré más cauto y esperaré a que la bebida deje de humear.
Un castigo no es algo malo per se, y esta es la primera diferencia entre lenguaje técnico y popular. Cuando lea “castigo” en psicología olvide por completo la definición de la RAE. Es muy simple: reduce la probabilidad de aparición de una conducta. Si alguien castiga a su hijo sin cenar por portarse mal y mañana se porta mejor, podemos hablar de castigo como término técnico. Si mañana se porta igual de mal o peor, en ningún caso podremos hablar de castigo, ya que el comportamiento no ha reducido su frecuencia.
Cuando al hablar de consecuentes utilizo “evento”, lo hago
en un sentido generosamente amplio. Un consecuente no tiene por qué ser algo
material ni ajeno al individuo. El alivio que siente alguien al rascarse, el
sabor agradable de un dulce, una descarga eléctrica por meter los dedos en un
enchufe, pensar en lo satisfecho que estás por haber hecho el trabajo a tiempo,
un grito, la botella de agua que sale de una máquina expendedora… Todos ellos
pueden ser ejemplos de consecuentes si están asociados a la ejecución de una
conducta.
Para que esta asociación ocurra, la demora temporal entre la
ejecución y la presentación del consecuente ha de ser mínima. Esto es clave, ya
que nos explica muy fácilmente por qué la gente fuma o por qué cuesta tanto
adelgazar. Si en el momento en que doy una calada al cigarrillo contraigo
cáncer de pulmón, sería impensable que la gente fumara. Si tras terminar un
trozo de pastel me convirtiera en
diabético, la obesidad no sería un problema de salud mundial. Pero todos
sabemos bien lo que ocurre: “mi abuela fumó durante toda su vida y no tuvo
ningún problema”, o “no va a pasar nada por repetir postre”. En efecto, en los
segundos posteriores a fumar o a comer dulce no ocurre nada que indique lo
peligroso de ese comportamiento; todo lo contrario, el postre está buenísimo y
el cigarro te calma, te entretiene o te permite socializar en el descanso del
trabajo. Nada ocurre que suponga una reducción posterior de la frecuencia de la conducta.
Esta es la primera clave importante del castigo: inmediato.
Para que sea eficaz, un castigo debe ocurrir inmediatamente después del
comportamiento. Cuantos más segundos pasen más probable es que no se establezca
asociación. Por eso es absolutamente irrelevante que regañes a tu perro si al
llegar a casa ves que ha hecho pis en la alfombra; ocurrió hace horas, y no hay
posibilidad alguna de asociarlo. En lugar de eso sácale más a menudo.
La inmediatez no sirve sin otra característica fundamental:
la sistematicidad. Para que podamos hablar de castigo, el consecuente elegido
debe presentarse todas y cada una de las veces que el comportamiento indeseable
ocurra. Imagina que tienes un amigo que suele llegar tarde a las citas. Si,
cada vez que llega tarde, haces que te pague un euro por cada minuto de
retraso, es probable que empiece a ser puntual. También puedes irte si tarda
más de cinco minutos y que, cuando te llame para saber dónde estás, le digas
que como se retrasaba te has ido. Si haces cualquiera de las dos de manera
sistemática, estoy seguro de que empezará a ser puntual. Sin embargo, si cuando
llega tarde a veces le echas la bronca y otras le saludas como si no pasara nada,
prepárate a esperar.
Hablando de euros, la tercera y última característica que
debe terne un castigo para ser eficaz es la intensidad. Cuando optamos por
castigar, tenemos que tener claro que la intensidad del castigo debe ser la
mayor posible. Si a tu amigo tardón le pides un céntimo por cada minuto, no
tendrá problema en darte 50 céntimos cada vez que quedáis. En cambio, 50 euros
dan para una cena en condiciones. Pero
hablemos de otro tipo de eventos, por ejemplo el dolor. Entramos en el
peligroso terreno del azote al niño. Dejando de lado juicios morales, para que
un azote sea útil debe ser intenso. En consulta estamos hartos de oír a padres
quejarse de que “los azotes no sirven para nada, se ríe cuando le azoto”.
¿Saben por qué a estos padres no les sirve? En efecto, porque no están
cumpliendo alguna de las premisas de las que hablo aquí, y probablemente sea la
intensidad. Como dijo un profesor mío: “si optan por el castigo físico, pueden
elegir entre dar un único azote lo suficientemente fuerte o pasar media
infancia pegando a sus hijos”. Aunque hay que señalar que no es necesario ser
extremo; no hace falta coger un remo y dar 50 golpes de remo cada vez que el
niño dice una palabrota.
Hasta aquí la revisión del castigo. No puedo cerrar sin
informar de que está demostrado que el aprendizaje es más rápido mediante
refuerzo que mediante castigo, así que siempre que exista la oportunidad lo
sensato es decantarse por el refuerzo. Pero no siempre tenemos ese lujo, y
olvidar que contamos con otras herramientas sería temerario.
Recuerden: inmediato, sistemático e intenso. Si no se pueden cumplir las tres, opten por otro método.
Autor: Manuel García, terapeuta del CPA
Referencias:
Martin, G. y Pear, J. : Modificación de conducta: qué es y cómo aplicarla, Prentice-Hall, 2007.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarHola. He leído su artículo con gran interés, pues en más de una ocasión he tenido que defender la importancia del castigo en educación. La primera parte del artículo logra de una manera sencilla y clara explicar el significado de inmediatez, sistematicidad e intensidad. Como lectora me resulta fácil identificar las situaciones expuestas. Pero de pronto llegamos al, como el propio autor señala "peligroso terreno del azote" y, a mi entender, toda la claridad anterior se pierde. Dejando de lado juicios morales (como dice el artículo), algo por otro lado muy arriesgado (estamos hablando de niños), se dice "La intensidad debe ser la mayor posible (en negrita) [...] pero no hace falta coger un remo y dar 50 golpes" Si yo fuera una madre con dudas no sabría realmente que me están aconsejando. ¿Me están diciendo, pegar funciona pero solo si le cruzas bien la cara y le dejas la mano marcada?
ResponderEliminarSinceramente, no puedo evitar que me suene mal asociar la palabra "azote" con "mayor posible"
Si se trataba de poner un ejemplo más relacionado con el ámbito educativo que el ejemplo anterior del dinero, se me ocurren otras maneras distintas que lo fuerte que le pegues a tu hijo. Por ejemplo: si quieres castigar a tu hijo apasionado de los videojuegos quitándole el ordenador no servirá de nada si no le quitas también la psp, la consola y la nintendo.
Tampoco entiendo porqué dedicarle tantas lineas a como debe ser un castigo físico para que sea eficaz y no hacer ni una sola mención a otros modelos de castigo como el "tiempo fuera", la "sobrecorrección" o el "costo de respuesta"
Y ya puestos a hablar del castigo, conviene advertir que entre sus efectos colaterales está el de modelado. Los niños imitan y si se aplica castigo físico probablemente resolverán sus problemas con otros niños usando la fuerza física.
Perdón por extenderme tanto y de nuevo reiterar que la primera parte del artículo me parece realmente buena.
Esther García Schmah
http://cronicasdeunaenfermacronica.blogspot.com
Esther, muchísimas gracias por tu comentario.
ResponderEliminarPor lo que leo, tienes conocimientos avanzados sobre modificación de conducta y te felicito por ello. Trataré de responder a tu comentario.
Incluí el azote sabiendo que podía generar polémica. El motivo principal era dejar claro que es un método técnicamente válido si cumple con las premisas citadas. Durante años se ha demonizado el castigo físico asociándolo a traumas, malos padres, génesis de maltratadores y demás. Mi posición es más bien de "conozca esta herramienta si decide usarla; si tiene más dudas, consulte con el servició técnico" (si, por ejemplo, una madre buscara respuestas ante el castigo, le recomendaría que una vez leída la entrada acudiera a un psicólogo bien formado).
Con respecto a la intensidad, he puesto ejemplos ambiguos o extremos porque no estoy en posición de recomendar otra cosa; cada caso obedece a múltiples variables y lo que para unas personas es intenso para otras es suave. De nuevo, lo ideal es consultar más en detalle con un profesional, para que le guíe por la dirección más adecuada.
También he tenido que alejarme de juicios morales porque este blog representa a una institución, y como tal no puedo hacer mis ideas suyas. Que yo piense que azotar a tu hijo es bueno o malo no tiene cabida aquí, ya que desde la posición de terapeuta la opinión moral debe evitarse al máximo (salvo en casos flagrantes, lógicamente). Lo que no significa que el debate carezca de interés; pero ese debate tendrá que realizarse en otro lugar, como por ejemplo un aula universitaria.
El apunte que haces sobre el modelado es correctísimo, pero no lo mencioné debido a las limitaciones de espacio y alcance. Lo mismo para otras modalidades de castigo, que no son menos interesantes o eficaces; quizá incluso escriba una entrada futura sobre ello. Pero, como bien dices, el comportamiento puede ser imitado y generar problemas de adaptación.
Por último, agradecer tu valoración del artículo (tanto lo positivo como lo negativo) y que hayas dedicado parte de tu tiempo a escribir aquí. Siempre que el comentario esté tan bien argumentado es un placer leerlo.
Manuel García