Según la Real Academia de la Lengua, postergar es “hacer sufrir atraso, dejar atrasado algo, ya sea respecto del lugar que debe ocupar, ya del tiempo en que había de tener su efecto”.
El hábito de postergar es un mecanismo de defensa ante el miedo y la angustia. No debe confundirse priorizar con postergar, ya que lo primero consiste en dar un cierto orden cronológico y de importancia a las tareas, mientras que lo segundo es no hacerlas de forma indefinida.
Hay que dejar claro que no postergamos en todos los aspectos de nuestras vidas, sólo en algunos, pero cambiar el hábito de postergar en una persona es un proceso gradual que lleva su tiempo.
Cualquier persona puede ser postergadora. Tanto jóvenes como mayores, altos ejecutivos o albañiles, personas muy ocupadas u ociosas.
Todos lo hacemos en algún momento de nuestras vidas, pero la diferencia entre una postergación inofensiva o no, estriba en los problemas que nos pueda acarrear. Desde una multa por devolver tarde un libro a la biblioteca, hasta perder un trabajo, como consecuencias externas; pasando por personas a las que postergar les puede producir desde una pequeña irritación, hasta un notable descenso de su autoestima, como efectos internos.
Para evitar estas consecuencias, es importante que la persona conozca sus límites, lo que le evitará angustiarse cuando no puede cumplir con todo.
Por el contrario, hay personas que pueden llegar a sentirse muy frustradas por el hábito de postergar, aunque de cara al exterior puedan parecer muy satisfechas y resolutivas.
EL CICLO DE LA POSTERGACIÓN
Muchas personas comparan la experiencia de la postergación con vivir en una montaña rusa emocional. Su humor sube y baja. Al comenzar un proyecto, los postergadores se someten a una serie de pensamientos comunes:
“Comenzaré temprano esta vez”. Al principio, se muestran esperanzados de que esta vez el trabajo se hará de manera efectiva y sensata. Pero transcurrido cierto tiempo, la esperanza se transforma en aprensión.
“Tengo que comenzar pronto”. Las ilusiones de realizar el proyecto bien se van desvaneciendo. Los postergadores se sienten ahora empujados a hacer un esfuerzo para hacer algo pronto.
“¿Qué ocurre si no empiezo?” El tiempo transcurre y el postergador comienza a imaginar consecuencias nefastas si no empieza a trabajar, lo que puede convertirse en un bucle que acabe paralizándole.
“Debí haber comenzado antes”. Aparece la culpa, acompañante permanente del postergador, que es consciente de que el tiempo es irrecuperable.
“No puedo disfrutar de nada”. Busca distraerse con actividades placenteras: cine, amigos, televisión, ordenador... Aunque el proyecto pendiente siempre está presente, lo que provoca malestar.
“Espero que nadie se dé cuenta”. En este momento puede aparecer la vergüenza y se inventan maneras de ocultar la inactividad y parecer ocupado. Mentiras en muchos casos muy elaboradas que se añaden al sentimiento de culpa.
“No estoy bien”. El postergador comienza a desesperarse y siente que le faltan dosis de autodisciplina, coraje o inteligencia que el resto de personas sí tienen.
Una vez atravesadas todas estas fases, llega un momento en el que el postergador tiene que decidir dar el paso definitivo entre abandonar un proyecto que ya no tiene solución; o intentar un último y denodado esfuerzo por salvar el trabajo.
En el caso de que decida no consumar el trabajo, los pensamientos del postergador pueden variar entre que la tarea ya era irrealizable en tan poco tiempo, o pensar que no existe motivo para preocuparse y que ya no tenía sentido trabajar tan arduamente.
Por el contrario, puede decidir ponerse manos a la obra porque es consciente de que ya no puede demorar más la tarea y ocurrir que descubra que el desafío no era tan duro como pensaba, y sentir un gran alivio por haberse puesto a ello, o que simplemente se proponga acabar el trabajo “como sea”, independientemente de la calidad del resultado.
Una vez acabado su cometido, el mensaje del postergador siempre es el mismo: “¡Nunca más postergaré mis cosas!”.Y se hace firmes promesas para no volver a quedar atrapado en el ciclo de nuevo. Buenos propósitos de organización y disciplina... hasta la próxima vez.
LAS RAÍCES DE LA POSTERGACIÓN
Hay circunstancias, situaciones y dimensiones personales en nuestras vidas que pueden explicar por qué postergamos.
Muchos postergadores tienen recuerdos tempranos al respecto: una tarea escolar postergada por de niño y realizada por la madre; una orden de los padres asumida con un sentimiento de rechazo: ¡No lo haré!
Algunos postergadores encuentran en la niñez un “atractivo” en la postergación por “incumplir las reglas”, o como método de evitar problemas o el “desafío” de hacer todo a último momento, tal vez como resultado de aburrirse en clase.
LOS CÓDIGOS DEL POSTERGADOR
“Debo ser perfecto”; “Todo lo que haga debe resultar fácil y no acarrearme esfuerzo”; “Es más seguro no hacer nada que asumir un riesgo y fracasar”; “Si las cosas no se hacen bien, no vale la pena hacerlas”; “Debo evitar desafíos”; “Si tengo éxito, alguien puede salir lastimado”; “El cumplir las normas de otra persona significa rendirse y no tener autocontrol”; “Si me muestro tal cual soy, no voy a gustarle a la gente”.
Estos pensamientos son fantasías que la postergación puede alimentar. El hábito de postergar tiene raíces emocionales complejas. La base es el miedo a que sus acciones los metan en problemas. La postergación es una estrategia que protege a la persona del miedo al fracaso, al éxito, a perder una batalla, y a separarse o a unirse afectivamente con otros.
-Miedo al fracaso o al éxito:
Si piensa que debe ser perfecto, puede parecer mejor postergar antes que trabajar arduamente y poder fracasar. El temor está referido a ser juzgado por otros o a su propia autocrítica. Si se pregunta si podrá estar a la altura de las circunstancias, se trata de miedo al fracaso.
Este miedo está unido a la creencia de que lo que hago es un fiel reflejo de la capacidad que poseo. Mi grado de capacidad determina cuán valioso soy como persona.
En cuanto al miedo al éxito, el psicólogo David Burns asegura que “aquellos que alcanzan metas muy elevadas no son comúnmente perfeccionistas tercos”.
Imponerse modelos inalcanzables puede llevar al desánimo y a la frustración.
Si considera el éxito peligroso, puede protegerse a sí mismo y a los demás postergando y reduciendo sus posibilidades de triunfar. Si piensa que ser sobresaliente le puede llevar a consecuencias desagradables, estamos frente al miedo al éxito.
Para un perfeccionista hay creencias irracionales como: la mediocridad genera desprecio; la excelencia llega sin esfuerzo. Si uno es sobresaliente, lo difícil debe ser fácil; todo debe hacerlo uno mismo, delegar es un signo de debilidad; hay un camino correcto y sólo uno. En lugar de arriesgarse a tomar el camino equivocado, no se hace nada; No puedo soportar perder. Eso provoca que evite cualquier actividad que los haga competir con otros.
Riesgos personales: ¿Por qué no debería triunfar?
El éxito puede ser visto como algo que debe evitarse. Convertirse en un adicto al trabajo es uno de los miedos más comunes. Hay un falso supuesto de que el éxito conduce a una pérdida de control y de elección en la vida de uno.
“Si yo triunfo lastimaré a otra persona”. Por ejemplo: la mujer que no triunfa para no tener ingresos superiores al marido.
“El éxito no me corresponde”. Es un sentimiento de personas tímidas y de baja autoestima.
-El miedo a perder la batalla
Muchas personas postergan porque quieren sentir que tienen control sobre las cosas.
Por ejemplo: “las normas están hechas para ser violadas”. El acto de postergar queda asociado a una sensación de libertad.
Hay quienes el mandato de sus superiores lo entienden como una intrusión. La postergación es una forma de resistir tal intrusión.
“Vencer al reloj”. Conducir una situación hasta sus límites y salir airoso produce en algunos postergadores una sensación gratificante. La excitación de coquetear con el peligro.
En personas preocupadas por el poder, el control y la autonomía se encuentra en común una situación familiar que no estimulaba el crecimiento de sus hijos. Ser independiente no era bien visto. Esta situación repetida en la infancia provoca en la vida adulta una resistencia pasiva. Las negativas nunca son directas ni frontales.
-El miedo a la separación o a la unión afectiva
La demora y el posponer también pueden regular el grado de apego que una persona mantiene con otros. Sea que uno quiera pegarse o distanciarse demasiado, la postergación sirve para mantenerse en la “zona de comodidad”.
-Miedo a la separación: Se busca ayuda. Necesita que alguien venga y le inspire, de lo contrario, se queda sin hacer nada.
Esforzarse para ser el número dos. Una cómoda posición secundaria.
Hay personas que postergan para mantener una relación dependiente con alguien que esperan que los cuide.
Mantener vivo el pasado. Si, por ejemplo, solía luchar con sus padres o maestros por hacer lo que ellos le ordenaban, puede encontrarse en una lucha similar con su pareja por cumplir con tareas domésticas o pedidos.
-Miedo a la unión afectiva: aquellos que temen al compromiso se sienten más cómodos manteniendo una “distancia respetable” con los demás.
Creen cosas como: “Si das un dedo, se tomarán todo el brazo”; “Las relaciones agotan”; “Si lo mío es tuyo, ¿qué me queda a mí?”.
En ocasiones, salir herido de una relación hace que se postergue el involucrarse con otras. “Es mejor no amar que perder”. También puede existir el temor al rechazo.
¿CÓMO SUPERAR EL HÁBITO DE PROCRASTINAR?
Para evitar posponer es importante hacerse listas de las tareas a realizar. También es interesante escribir otra lista con las “excusas” para posponer.
Hay que marcarse metas factibles y alcanzarlas. Dejar de postergar es una meta encomiable, pero no es funcional.
Una meta debe ser observable e incluir una acción (Ej.: pediré hora en el dentista); específica y concreta: cómo, cuándo, con quién; y en pequeñas etapas: una meta se alcanza paso a paso.
-Aprender a manejar el tiempo
Los postergadores tienen una relación particular con la variable tiempo. Lo consideran algo con lo que se puede jugar, tratando de burlarlo. Tienen una relación de “ilusiones” con el tiempo, esperan encontrar más de lo que realmente hay.
Por ello también es recomendable hacerse un cronograma. Ubicar todas las actividades a lo largo de la semana para “objetivar” el tiempo y ver cuánto queda libre para dedicar a nuevos proyectos.
Hay que cuantificar el tiempo de cada tarea. “Sin tráfico llego en media hora”. Pero... ¿y con tráfico? Hay que contar con la posibilidad de interrupciones, hay que anticiparse a posibles contratiempos, lo que posibilitará una mejor reacción ante ellos.
Delegar es una forma de aumentar la eficiencia. No hay que caer en la trampa perfeccionista, ni tratar de hacer muchas cosas a la vez. Hay que reconocer nuestros límites. A algo hay que renunciar.
Hay que buscar nuestros mejores momentos del día para trabajar y también saber disfrutar de nuestro tiempo libre.
Haga una declaración pública: comunicar a otros sus propósitos, metas y plazos, le ayudará a cumplirlos.
Evitar la tensión y el estrés. Algunos postergadores creen que producen mejor cuando su ansiedad está al máximo nivel, pero está demostrado que con elevados niveles de tensión y estrés, nuestro rendimiento desciende.
REFLEXIÓN FINAL
Se puede actuar, en lugar de esperar. Se puede perseverar, en lugar de rendirse. Es posible, con autoconocimiento y paciencia, dar los pequeños pasos que lo conducirán hacia la meta final.
El descubrimiento de nuevos mundos no sólo aporta felicidad y sabiduría, también tristeza y temor. Pero ¿cómo podrías valorar la dicha sin haber experimentado nunca la decepción?
Uno de los grandes desafíos del ser humano es esforzarse por superar nuestros propios límites, logrando ampliarlos hasta cuotas a las que no nos veíamos capaces de llegar.
Artículo de Aminta Acosta Arcarazo (terapeuta del CPA)
Fuente: Burka, J. B., Yuen, L. M., & Toledo, G. (1992). El hábito de posponer. Adaptación de Carlos Iñón.
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