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No todos somos auto-exigentes en las mismas cosas, probablemente seamos exigentes en aquello que para nosotros tiene valor, y en muchos casos esto coincide con lo que nuestra familia, nuestra religión o las personas a las que admiramos nos han enseñado que tiene valor.
Por ello algunos tenemos la necesidad de ser extremadamente ordenados, limpios, responsables, trabajadores, planificadores mientras que otros buscamos la perfección en las relaciones sociales o sexuales, en la adecuación a las normas, en el control de las emociones, o en el aspecto físico…de aquí se derivan los distintos tipos de perfeccionismos que podemos tener.
En principio nada tiene de malo tener estos valores que tan apreciados son en nuestra sociedad. Es más, posiblemente las personas que se comportan de esta manera habrán conseguido importantes logros en su vida y serán reconocidos por los demás. Los beneficios que han obtenido de ser perfeccionistas les lleva a querer seguir siendo así.
Entre estos beneficios encontramos: el placer de hacer las cosas bien, de ser eficientes, de hacer lo que otros no pueden, de irnos a dormir sin dejar las cosas a medias, de ser los primeros de la clase, de saber que nos hemos esforzado al máximo o de sentirnos especiales.
Sin embargo, existe una gran diferencia entre la saludable y útil búsqueda de la excelencia y la malsana e inútil búsqueda de la perfección. El problema pasa por habernos puesto unas metas demasiado altas que pocas veces llegamos a cumplir y cuando lo hacemos es a cambio de un excesivo esfuerzo. En esta búsqueda insana de la perfección perseguimos una forma “ideal” de nosotros mismos y rechazamos la persona que somos por la que queremos ser. Nos olvidamos de aceptarnos desde la autenticidad que ya tenemos, que es el punto de partida desde el que más podremos crecer.
Algunos de los inconvenientes que entraña el ser perfeccionista es que no tenemos tiempo para nada, ningún logro es suficiente, nos culpamos de lo que no sale bien, tenemos que revisar el trabajo muchas veces, tenemos que hacer más y más para sentirnos aceptados por los demás o somos incapaces de delegar por miedo a que el trabajo no esté hecho tan bien como nosotros lo haríamos.
Pero ¿Qué consideramos por auto-exigencia excesiva? ¿Qué es “lo normal”? Si dudas de si eres perfeccionista entonces puedes preguntarte si con frecuencia tienes algunos de los siguientes comportamientos perfeccionistas: dificultades para tomar decisiones en un intento de elegir siempre la “única y mejor opción”, necesidad de comprobar las cosas de forma repetida, de corregirlas o de preguntar a los demás para tener certeza, acumular cosas como extractos bancarios, revistas…por si en algún momento las puedes necesitar, darte por vencido al mínimo error o no iniciar una actividad por miedo al fracaso, hacer listas o necesitar tenerlo todo organizado antes de comenzar una tarea, no saber parar cuando se inicia algo o hacerlo de forma extremadamente lenta.
Creo que soy perfeccionista… ¿y ahora qué hago?
1. Tomar conciencia de mis pensamientos perfeccionistas diarios, identificar cómo me hablo a mí mismo: “tengo que…”, “debería….”
2. Diferenciar entre lo que realmente quiero para mi vida y lo que creo que debo hacer: decidir de todos aquellos comportamientos perfeccionistas cuáles quiero mantener porque me gustan, me definen o son mi obligación (por ejemplo: trabajar); a qué nivel los quiero mantener y de cuáles quiero prescindir.
3. Atreverme a cambiar mis rutinas y mis normas. Atreverme a empezar por el final, dejar las cosas para el día siguiente, llegar tarde a las citas…en fin, darme permiso a actuar lo que para mí es “a lo loco” pero que para los demás es “normal”.
4. Una vez iniciado el cambio, es recomendable cada cierto tiempo volver a plantearme ¿qué es lo que estoy haciendo? ¿coincide con lo que quiero para mí? De esta forma evitaré caer en rutinas o automatismos que me llevan de vuelta al punto en el que no quería estar.
Artículo de Tatiana Fernández Marcos
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