Todos
los niños y niñas sufren y sienten miedos, la mayoría de estos miedos son
adaptativos, es decir, son evolutivos e irán menguando con la edad. Los miedos
evolutivos son normales y habituales en el ciclo evolutivo de la infancia, y se
desarrollan totalmente por igual en todas las culturas.
El miedo
es una emoción, tal como son, por ejemplo, la tristeza y la alegría. Las
sensaciones y las emociones tienen un papel de adaptación. Por eso el miedo
tiene una función beneficiosa, protege a los niños y niñas de sufrir peligros
innecesarios.
Imagen: Pezibear, con licencia de Creative Commons.
Los miedos evolutivos más corrientes de 0 a 2 años son a los ruidos fuertes, a los extraños, a la pérdida del sostenimiento y a la separación de los padres. De 2 a 6 años encontramos que son a la oscuridad, a los animales, a los fantasmas, a los monstruos y al daño físico. De 6 a 8 años, estos miedos son a los accidentes, a las tormentas, y a la sangre y heridas. De 8 a 11 años son al colegio, a la muerte, a las críticas, al abandono, al fracaso, a la separación o el divorcio, y a las notas académicas. Y por último, de 12 a 18 años son a las relaciones sociales, a la propia imagen y al reconocimiento por parte de los demás. Como se puede observar en los primeros años de edad, los miedos más habituales son los físicos y fantasiosos, mientras que en la adolescencia los miedos más comunes son de índole social.
Sin
embargo, el miedo puede convertirse en un problema cuando este deja de ser
útil, y se vuelve desproporcionado y desadaptativo. A este tipo de miedo se le
denomina fobia. Hablamos que el miedo es desproporcionado, cuando ante un
elemento inofensivo y que no supone ningún peligro la respuesta del niño o niña
es excesiva. Y desadaptativo cuando la
alta magnitud de la respuesta del niño o niña, le ocasiona un gran malestar,
serias inquietudes, manifestaciones molestas como mareos, diarreas, dolores de
cabeza, etc. Entorpeciendo en el funcionamiento de su vida cotidiana y en el
crecimiento personal del niño o niña. En estas ocasiones de fobia, o de temor inadecuado
que perjudica al estilo de vida cotidiano de la familia y/o el niño, se
recomienda una intervención psicológica.
El
problema, de la fobia o el temor intenso, suele originarse cuando el niño o la
niña empieza a hacer conductas de escape del estímulo temido, o conductas de
evitación frente a la aparición de este. Por ejemplo, si un niño o niña tiene
un miedo desmesurado a los perros, evitará ir a las casas de sus amigos,
vecinos, familiares, donde tengan como mascota a un perro, y si los encuentra por la calle
paseando con sus amos, intentará cruzar rápidamente a la otra acera. Si estas
conductas de evitación o escape se mantienen en el niño o la niña, fomentarán
que el niño o la niña conserve y hasta aumente su pavor a las cosas temidas, e
incluso se sensibilice a estas.
La clave
para superar los miedos (o la fobia) es la exposición a estos. Es decir, cuando
el niño o la niña se ponga en la situación temida, y verifique que efectivamente
no le ocurre nada perjudicial, empezará el proceso de aprendizaje denominado
“extinción”, o sea que cada vez que el
niño o la niña, se exponga a la situación temida, se irá rompiendo la
asociación entre el elemento temido y la respuesta de miedo originada.
En
algunas ocasiones, tener miedo es ventajoso para el niño o la niña, ya que consiguen
atención social por parte de los adultos, y por otro lado, se libran de las obligaciones
o de las situaciones temidas. No obstante, puede ser complejo saber cuando el miedo
puede ser real, y cuando puede ser ficticio.
Díez
propuestas para ayudar al niño o niña con miedo:
- No reñirlo, no castigarle ni burlarse.
- No ignorar su miedo. Por ejemplo: “Tienes que ser valiente”.
- No utilizar el miedo para controlar el comportamiento del niño o la niña. Por ejemplo: “Que viene el hombre del saco”.
- No transmitir los miedos de los adultos.
- Enseñarle estrategias para controlar la ansiedad. Por ejemplo: Relajación, autoinstrucciones, escuchar música.
- Utilizar el buen humor. Por ejemplo: Contando chistes, narrar historias graciosas, etc.
- Hablar sobre lo que le produce miedo. Ayudarle a explicar su miedo, que se sienta escuchado y comprendido. Emitir seguridad y confianza al niño o niña.
- Animarle a afrontar sus miedos. De un modo gradual, y reforzando positivamente sus conductas de afrontamiento.
- Brindar una percepción positiva del mundo. Enseñar a solucionar los problemas que les vayan apareciendo, y a no preocuparse exageradamente.
- Si los padres o adultos no consiguen manejar la situación de temor, a pesar del empeño que hayan puesto por solucionarla, es apropiado que acudan a un profesional de la psicología.
Débora Navarro (Terapeuta CPA)
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