Foto: Julio Marquez, con licencia creative commons |
Qué es la intuición
No somos precisamente adalides de la lógica pura en nuestra vida cotidiana. Sí lo somos de taparnos con la sábana cuando tememos que hay un intruso en casa, o de espetar “piensa mal y acertarás” sin ponernos rojos. Lo cierto es que nuestra forma de pensar ni se ajusta perfectamente a unas reglas lógicas, ni está claro que lo pretenda. Cuando la información escasea y se nos somete a formular juicios tiramos de atajos (heurísticos) que nos permiten sacar conclusiones rápidas. ¿A cuánta gente conocéis que lea TODOS los programas políticos antes de votar en unas elecciones? Al final nos movemos por intuiciones, amén de lo que cada uno haya ido asociando con qué.
¿Por qué pensamos así?
Semejante estrategia hace que nos equivoquemos con frecuencia, sí, pero también nos evita derrochar tiempo y energía tratando de dar en la diana siempre. Para entender la importancia de esto hace falta remontarse a lo que fue nuestro ambiente de adaptación evolutiva. El homo sapiens que hoy habita ciudades de hormigón hiperpobladas es el mismo que ayer se jugaba el tipo en la sabana africana. Nada nuevo bajo el sol en los últimos 100.000 años. La evolución, esa acumulación de chapuzas que terminan saliendo adelante, favoreció a aquellas estrategias que permitiesen sobrevivir en un medio hostil donde la incertidumbre era la norma. Con semejante presión trófica, pensar de manera automática sin desmayarnos en el intento suponía una ventaja adaptativa fundamental.
Decía que erramos mucho por pensar de aquella manera, pero es interesante saber cuánto: a menudo las estrategias heurísticas ofrecen mejores resultados que el azar, lo que las hace tremendamente tentadoras. Si a esto le sumamos efectos como el de la profecía autocumplida, empieza a llover sobre mojado ya. Dicho lo cual…
“Recuerda: la Fuerza estará contigo… siempre”.
Autor: Óscar Pérez Cabrero (terapeuta del CPA).
Twitter: @LERblog
No hay comentarios:
Publicar un comentario