La frase de este título fue utilizada por David Foster
Wallace (calificado por Los Ángeles Times como “uno de los escritores más
influyentes e innovadores de los últimos 20 años” y autor de la novela 'La
broma infinita' -Infinite Jest-) en el discurso de graduación de la promoción
de 2005 en Artes Liberales por la Universidad de Kenyon College.
Wallace busca con su alocución advertir a los jóvenes recién
graduados del futuro próximo que les espera como adultos: un día a día en el
que en múltiples ocasiones deberán lidiar con el aburrimiento, la rutina y las
pequeñas frustraciones. Un día a día de la “vida adulta americana” en el que
deberán levantarse temprano, trabajar ocho o diez horas en un empleo “absorbente,
oficinesco y de licenciado universitario”, y en el que cuando lleguen a casa lo
único que querrán será “tomar una buena cena, relajarse durante una hora, y
después irse a la cama temprano porque, por supuesto, tienen que levantarse al
día siguiente y repetirlo todo otra vez”.
Un día a día en el que deberán convivir con atascos, largas
colas de supermercado y demás frustraciones que tendrán que decidir cómo
afrontan.
En su discurso, Foster Wallace pretende precisamente abrir
la mente de estos chicos para que sean capaces de “elegir” su forma de pensar y
les avisa del peligro de los “pensamientos automáticos” y de no hacerse
preguntas sobre aquello que consideran como “obvio”.
Para ello, el orador comienza captando su atención con una
brillante metáfora: “Dos jóvenes peces van nadando y se encuentran con un pez
más viejo que les saluda con la cabeza y les dice: Buenos días, chicos. ¿Cómo
está el agua? Los dos peces jóvenes continúan nadando, hasta que uno de ellos
se vuelve hacia el otro y le pregunta: ¿Qué diablos es el agua?”.
Si podemos llegar a plantearnos que quizá no todo son
certezas en torno al elemento en el que vivimos (en el caso de los peces, el
agua); podremos concienciarnos de que todo es relativo y de que sobre
cualquier aspecto de nuestra vida cotidiana puede haber otros puntos de vista
que no hayamos contemplado más allá de lo evidente.
Foster Wallace plantea a su audiencia uno de esos días de la
vida adulta americana en el que, tras una cansada y larga jornada de trabajo,
toca ir al supermercado a hacer la compra.
En ese momento, en medio de un atasco rodeado de enormes y
lentos todoterrenos, Hummers o furgonetas uno sólo piensa en que todos ellos
están en “mi” camino y están entorpeciendo que pueda llegar a mi destino
para saciar “mis” necesidades.
Una vez en el supermercado, una larga cola nos separa de la
caja y uno vuelve a plantearse lo “estúpidos y bovinos” que son todas esas
personas que me separan de “mi” objetivo, y qué desagradable resulta esa
mujer obesa del principio de la fila que grita a su hijo, o qué grosero es ese
otro hombre que habla a voces por el teléfono móvil.
El autor explica que muchos de nosotros pensamos de este
modo, pero pensar así es “tan fácil y automático, que no es una elección”.
“Es mi configuración natural por defecto”, sentencia.
Wallace intenta que este grupo de jóvenes se pare un segundo
a reflexionar sobre que quizá alguna de esas personas en sus todoterrenos han
podido sufrir un horrible accidente de automóvil en el pasado, y ahora les
resulta tan terrible conducir que su terapeuta les ha ordenado que compren un
todoterreno enorme y pesado para que sólo así se sientan algo más seguros para
conducir.
O que la mujer obesa que grita a su hijo en la cola del
supermercado quizá no sea habitualmente así, sino que tal vez ha pasado tres
noches enteras sin dormir mientras agarraba la mano de su marido agonizante de
cáncer de huesos. Esto son sólo posibilidades remotas, pero se trata de intentar
darle una vuelta a ese pensamiento egocéntrico en el que sólo existo “yo”, lo
que hay enfrente de “mí” o detrás de “mí”, a “mi” izquierda o a “mi” derecha.
El escritor confiesa que algunos días ni siquiera él mismo
es capaz de pensar de este modo y en muchas ocasiones sólo lo consigue con
mucho esfuerzo.
Sin embargo, busca transmitirles que
“aprendan a pensar”, que recapaciten sobre que el ser humano, en general, debe
ser un poco menos arrogante y tener cierta conciencia crítica sobre sí mismo y
sus certidumbres. Según el autor, un amplio porcentaje de las cosas sobre las
que tendemos a estar automáticamente seguros, resultan ser en realidad
totalmente engañosas y erróneas.
Por ello, pretende que ejerzamos algún control sobre
cómo y qué pensar. Ser lo suficientemente consciente como para elegir a
qué prestar atención y cómo construir el significado de nuestra experiencia,
sin ser esclavos de nuestro piloto automático, del torbellino de ideas,
prejuicios y valoraciones externas que aplicamos sin concedernos un respiro
para intentar ver todo desde otro prisma, sin prejuzgar.
Para Wallace, esto se consigue con el valor real de una
educación real, que no tiene casi nada que ver con el conocimiento adquirido en
las universidades. Por ello, sentencia que la educación de todos esos muchachos
flamantes graduados “es el trabajo de toda una vida. Y comienza ahora”.
Si nos paramos a pensar cómo pensamos e intentamos
controlarlo, el futuro vendrá acompañado de un mejor entendimiento de nuestras
propias emociones, que en muchísimas ocasiones son causa de sufrimiento físico
y mental.
*David Foster Wallace se suicidó a los 46 años de edad el
12 de septiembre de 2008 (tres años después de esta charla) tras haber pasado
luchando desde hacía más de dos décadas contra la depresión.
Vídeo
comentado y sugerido por Aminta Acosta Arcarazo (Terapeuta del CPA)
VÍDEO en el que se puede ver resumido el discurso de David Foster Wallace:
ENLACE del discurso entero de David Foster Wallace:
Muy bueno, merece la pena poner en duda nuestros pensamientos y adoptar una postura de aceptar a los demás, sin que ello impida elegir lo que queremos para nostros...
ResponderEliminar