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lunes, 4 de mayo de 2020

¿Qué piensas si te digo que sigo una dieta?


Es posible que algunas de las siguientes afirmaciones te resulten familiares: “el lunes empiezo la operación bikini”, “necesito perder algunos kilos para este verano” o “tengo que bajar de talla”; y es que con la llegada del buen tiempo, y a pesar de que de momento solo podamos disfrutarlo desde nuestras ventanas, comienza a resonar esa palabra que tantas veces escuchamos (y escucharemos) en esta época del año: “DIETA”. Pero, ¿qué significa realmente este término?

         Imagen: Trang Doan, con licencia Creative Commons

La palabra “dieta” procede del griego dayta y significa “régimen de vida”, es decir, se refiere simplemente al conjunto de alimentos que ingerimos a lo largo del día. Sin embargo, cuando utilizamos esta palabra coloquialmente solemos aludir a un plan nutricional bajo en calorías que seguimos de manera temporal, y no a un estilo de alimentación. Por lo tanto, “dieta” ha quedado asociada a palabras como “estricto”, “frustración”, “sufrimiento”, “prohibición” o “restricción”, y además, a una forma de alimentación temporal que precede a ciertos momentos del año (por ej., varios meses antes del verano a modo de “operación bikini”) en lugar de un “estilo de vida”. Esto nos lleva a pensar que, si nuestro objetivo es modificar los hábitos alimentarios, y por tanto, lograr un régimen de vida saludable  que perdure en el tiempo; en primer lugar, será necesario redefinir este concepto con el fin de que pierda sus connotaciones negativas y lo entendamos simplemente como una forma de alimentación.

Por otro lado, es importante que conozcamos lo “ahorrador” que es el cuerpo humano. Nuestro organismo, desde el punto de vista evolutivo, está diseñado para ahorrar energía en forma de grasa, debido a las épocas de hambruna que ha sufrido nuestra sociedad a lo largo de la historia. De este modo, se ha visto que los niños que nacen con un bajo peso, y cuya madre estuvo privada de alimentos, suelen caracterizarse por tener un metabolismo lento, orientado a ahorrar calorías en lugar de quemarlas (Campillo, 2004). Cambiar esta herencia genética no es fácil, requiere de varias generaciones y, entre otras cosas, de no poner en marcha comportamientos que dificulten aún más el cambio de este “modo ahorrador”.

Teniendo en cuenta esta información, ¿qu c﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽n cuenta esta informaciuiente pregunta, y es que ¿qud de alimentos es alta un metabolismo lento, orientado a ahorrar cé crees que pasa en nuestro cuerpo cuando decidimos restringir nuestra alimentación; o lo que solemos entender (erróneamente) como lo mismo, “hacer dieta”? En cuanto comenzamos a ingerir una cantidad ínfima de calorías, fomentamos que nuestro cuerpo entre en “modo ahorro”; y así, nuestro metabolismo disminuye con el fin de gastar lo menos posible. De esta forma, cualquier cosa que comamos, será almacenada y exprimida al máximo por nuestro organismo para obtener la energía necesaria para su funcionamiento, pues no sabe cuándo volverá a recibir calorías suficientes. Por lo tanto, reducir las cantidades de comida que ingerimos no es la solución para perder peso (si esa es nuestra meta), pues cuando se retomen los hábitos anteriores la probabilidad de aumentar de peso será alta.

En vista de todo lo anterior, algunos errores que Herrero y Andrades (2019) proponen como responsables de que las dietas restrictivas fracasen podrían ser:

- El propio concepto de “dieta”. Tal y como explicábamos al principio, será fundamental redefinir el significado que este término tiene para ti.  Si quieres que los resultados se mantengan en el tiempo y no se dé el conocido “efecto yo-yo”, es necesario que la dieta suponga un cambio de hábitos perdurable. Es un error pensar en la dieta como algo temporal y negativo, que hay que dejar lo antes posible, pues en cuanto la abandones, ¡adiós a los resultados!

- Prohibirse alimentos y/o compensar. Una dieta restrictiva no solo tiene efecto sobre nuestro peso, sino también sobre nuestras emociones. Prohibirse alimentos no deja de ser una forma de restricción extrema que incrementa nuestro deseo por los mismos.  Con ello, fomentamos un círculo vicioso de exigencias y pensamientos que aumentarán nuestros sentimientos de malestar y culpa en cuanto incumplamos la prohibición. Asimismo, la restricción puede dar lugar a episodios de atracón, tal y como se explica con más detalle en la siguiente entrada publicada en este mismo blog: http://psicologia-cpa.blogspot.com/2016/11/dieta-y-atracones-un-circulo-vicioso.html
Cabe añadir que si finalmente acabamos por ingerir alimentos “prohibidos”, las emociones desagradables que se generan nos pueden llevar a buscar formas de compensar, y estas conductas son totalmente opuestas a las conductas saludables.

- Tener metas irreales. Si has aumentado tu peso en el último año, no pretendas perder esos kg en un mes. Si tu objetivo es mantener los cambios conseguidos a largo plazo, será más que recomendable que estos se den poco a poco y a través del mantenimiento de hábitos saludables.

- No acudir a profesionales. Es importante tener presente que cada persona tiene sus propias características y necesidades, por lo que será un error copiar el plan de alimentación que ha seguido tu vecina, por mucho que a ella “le haya ido de maravilla”.

En definitiva, tal y como afirman estas autoras, “la clave del éxito está en crear hábitos de vida (alimentarios, físicos, emocionales, etc.) que se puedan mantener en el tiempo” (Herrero y Andrades, 2019, p.64). Deja a un lado las prohibiciones y centra tus  esfuerzos en buscar unos hábitos de alimentación que te permitan mantener (o mejorar) tu salud, tanto física como emocional. Si para ello precisas contar con la ayuda de un profesional de la nutrición y/o de la psicología, no dudes en hacerlo. Ante todo, vela, principalmente, por tu bienestar. 

Noelia Martínez - Terapeuta del CPA

Bibliografía

Campillo, J.E. (2004). El mono obeso. Madrid: Crítica.

Herrero, G., y Andrades, C. (2019). Psiconutricion. Aprende a tener una relación saludable con la comida. Expaña: Arcopress.










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