Foto: Bolsalea, con licencia creative commons/ recortada del original |
Etiquetas en los alimentos, etiquetas en la ropa, etiquetas en las fotos de Facebook… y etiquetas para categorizar trastornos mentales.
Nos gusta categorizar, parecemos niños. Lo que ocurre es que los niños juegan con categorías que sirven para estructurar su mundo y nosotros jugamos con estructurar las categorías.
No voy a ser yo la que diga que no es útil, pero no hay que desviar la mirada de una cuestión muy relevante, las personas. Trabajamos con personas y nos relacionamos con ellas, por lo que cualquier corsé está oprimiendo esa posibilidad de comprensión. Nos gusta categorizar, parecemos niños. Lo que ocurre es que los niños juegan con categorías que sirven para estructurar su mundo y nosotros jugamos con estructurar las categorías.
Ese mismo corsé puede cortarnos la respiración y ahogarnos, y hacer que veamos “fantasmas” donde no los hay. O también puede hacer que todos queramos llevarlo puesto… Son modas, hoy se lleva el corsé y mañana uno se da cuenta de que no era todo lo cómodo que se pensaba o que no quedaba tan bien como decían. Y a las pruebas me remito, hay trastornos mentales que ya no figuran en ningún sistema de clasificación, que se reorganizan en otros apartados o que surgen como algo novedoso. Entonces, ¿qué hacemos? Hay que organizarnos de nuevo, cambiar diagnósticos, reubicar pacientes,…
Exagerado, ¿no? Pues yo creo que ahí radica la importancia de relativizar el uso de estos sistemas, de considerar cuándo son relevantes y de saber que, pensando en la labor profesional que se realice, de fondo siempre tiene que estar la realidad de cada una de las personas que se atiende. No puede ser que asumamos que cada persona con algún problema psicológico está destinada a formar parte de una categoría determinada. Si categorizamos podemos perdernos cosas, información importante para la intervención y para la persona, podemos perder la naturaleza de la profesión. Y como profesionales tenemos un compromiso con las personas a las que atendemos y con la sociedad en la que ejercemos, no se puede pretender que aquellas personas que no se dedican a esta profesión puedan discernir si un sistema de clasificación es más o menos útil, o más o menos aplicable, del mismo modo que un abogado no puede pretender que conozca todas las leyes y documentos necesarios para realizar según qué trámites legales.
Debió de pensar algo similiar este señor, Allen Frances, presidente del comité que elaboró el DSM-IV, cuando se dio cuenta de la potencia que alcanza este Manual Diagnóstico, y sus sucesores, y la importancia de que los profesionales ejerzan de manera responsable su trabajo.
Juzguen ustedes.
Carla Morales Pillado (Terapeuta del CPA)
Fuente: elpais.com
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En respuesta a la pregunta que se hace en el título de la entrada -¿Son necesarias tantas etiquetas?- diré, bajo mi modesta opinión, que no son necesarias tantas etiquetas. Intentaré en las siguientes líneas aclarar mi respuesta y exponer los motivos que me han llevado a ella.
ResponderEliminarSi atendemos al adjetivo cuantificador tantas que aparece en la pregunta, mi primera orientación es decantarme hacia el no. Otra cuestión, es si son necesarias las etiquetas. Pero, ¿tantas? A todos, o a la mayoría, nos sorprende que con cada nueva edición de los manuales diagnósticos, aparezcan nuevas categorías, se eliminen otras o cambien de nombre porque, se supone, o así nos dan a entender, que ese nuevo concepto delimita mejor que el anterior el trastorno en sí. Digo trastorno en sí, porque pareciera como si esa nueva denominación fuera la cosa misma. Parece que el concepto viniera a suplantar a los síntomas, a explicarlos que diríamos. Y permítanme, ahora, citar una frase de una de las meditaciones de Ortega y Gasset de su libro Meditaciones Del Quijote, que dice:
Sería oportuno que nos preguntásemos: cuando además de estar viendo
Algo, tenemos su concepto, ¿qué nos aporta éste sobre aquella visión?
Qué nos aporta el concepto depresión: ¿me permite conocer los problemas de la persona, sus casusas, sus relaciones con otros problemas? ¿Me especifica la manera de intervenir? ¿Cuándo podemos quitarle la etiqueta a la persona? ¿a parte de los síntomas y del concepto, hay alguna tercera variable que explique el trastorno y los síntomas? Y otras muchas más dudas o reflexiones que me asaltan.
Muchas son las lagunas que les veo a esto: quizás sea desinformación, quizás no comprendí bien los trastornos en la carrera, quizás me guste criticar por criticar, quizás veo con malas intenciones a las farmacéuticas y quizás por todas estas dudas y reflexiones, sin darme cuenta estoy cumpliendo los criterios para un futuro diagnóstico…síndrome del negador de las etiquetas diagnósticas.
El comentario anterior lo hice en word, y ahora al pasarlo aquí sale mal organizado. Hay palabras que deberían salir en cursiva, una cita con una letra mas pequeña..en fin, no lo tenía asi estructurado, aun así ,espero que se entienda. Saludoss
ResponderEliminarFran, es un comentario realmente bueno. Evidentemente las etiquetas no nos aportan información más allá de los criterios concretos que deben cumplirse para acogerse a ellas.
EliminarEs cierto que las etiquetas son útiles para dar una información muy rápida, pero esa misma rapidez es de la que hay que huir cuando hablamos con personas que no manejan el “mismo código”.
Me ha resultado significativo un comentario que has hecho: ¿cuándo podemos quitarle la etiqueta a la persona? Y creo que ahí radica la importancia y el cuidado que hay que tener con según qué criterios utilizamos para realizar nuestro trabajo. Desde mi punto de vista, es una pregunta clave.
Muchas gracias por tu comentario y tus aportaciones.
Carla Morales Pillado