En
la actualidad la positividad se ha convertido en un mantra omnipresente. De
forma diaria nos vemos bombardeados por mensajes que nos animan a "pensar
positivo", "ver el lado brillante de las cosas" y "mantener
una actitud positiva en todo momento".
Sin
embargo, detrás de este aparente impulso hacia la felicidad perpetua, se
esconde un fenómeno conocido como positividad tóxica. Whitney Goodman, autora
de una obra literaria firmada bajo este mismo nombre, define este fenómeno como
“la excesiva e inefectiva generalización de tener una actitud feliz y optimista
en todas las situaciones”.
En
la sociedad actual, la positividad tóxica se ha infiltrado en todas las áreas
de nuestra vida. Desde las redes sociales hasta nuestro entorno cotidiano,
pasando por accesorios de menaje o artículos de papelería, nos bombardea
constantemente con mensajes que nos dicen que siempre debemos ser felices,
exitosos y productivos.
Por
otro lado, la positividad tóxica surge de una interpretación distorsionada de
los principios de la psicología positiva. La psicología positiva, desarrollada
por el psicólogo Martin Seligman, se centra en el estudio y la promoción de
aspectos positivos del ser humano, como la gratitud, la resiliencia y el
bienestar emocional.
A
diferencia de la positividad tóxica, la psicología positiva reconoce la
importancia de abordar tanto las emociones positivas como las negativas de
manera equilibrada. En su modelo, Seligman aboga por una visión realista del
optimismo, que implica reconocer y aceptar los desafíos, pero también cultivar
una mentalidad orientada hacia soluciones y el crecimiento personal. Lo cual
dista de la positividad tóxica que solo admite como válida aquella actitud
positiva en todo momento, independientemente de las circunstancias.
La
trampa de esta positividad tóxica es que se construye bajo la premisa de que
ignorar o suprimir emociones "negativas" es la clave para la
felicidad y el éxito. La positividad
tóxica se refiere a la imposición de un pensamiento positivo como la única
forma de solución a los problemas, exigiendo que las personas eviten o nieguen
pensamientos negativos y no expresen emociones negativas. Asimismo, se refiere
a la creencia que las personas deben dar un giro positivo a todas las
experiencias, incluyendo aquellas que puedan ser dolorosas y trágicas.
Jamie
Long, psicólogo y copropietario de The Psychology Group, advierte que cuando la
positividad se usa para encubrir o silenciar la experiencia humana, se vuelve
tóxica precisamente porque al rechazar la existencia de ciertos sentimientos,
se crea en un estado de negación y emociones reprimidas que impide el
procesamiento saludable de nuestro mundo emocional.
No
existen las emociones “buenas o malas” ni “positivas o negativas”, sino
agradables o desagradables. Todas las emociones son válidas y tienen una
función: comunicar, movilizar, aprender, regular nuestra conducta e incluso
anticipar y prevenir algún daño. Por ejemplo, el enfado puede estar
informándonos de que se están traspasando nuestros límites, o el estrés ante
los exámenes puede servir para aprender a organizar mejor la rutina de estudio
para un futuro. Al negar o suprimir emociones negativas, se corre el riesgo de
que estas emociones se cronifiquen o se manifiesten de manera patológica, a
través de sintomatología ansiosa o incluso somática, síntomas físicos como el
dolor, irritaciones cutáneas o dolor de cabeza, se han relacionado invalidación
emocional, “el cuerpo habla lo que la mente calla”.
Además,
al perseguir constantemente la felicidad externa, se puede experimentar un
vacío interior y una falta de conexión con uno mismo y con los demás. La
imposición de alcanzar unos estándares poco realistas de felicidad puede
distorsionar nuestro sistema de valores, imponiendo objetivos rígidos e
inalcanzables que a medio o largo plazo generan frustración, indefensión, y con
ello, una gran insatisfacción vital.
La
presión por sentirse bien e irradiar felicidad de manera constante produce un
efecto paradójico de infelicidad. Es decir, vivir bajo la creencia de que el
éxito es sinónimo de felicidad supone que ante cualquier emoción diferente a
esta felicidad generará rechazo; además, ten en cuenta que la realidad en la
que vivimos está repleta de situaciones y circunstancias que activan todas las
demás emociones que existen además de la felicidad. Por lo tanto, experimentar
estas emociones “inadmisibles”, se genera una segunda emoción, la vergüenza o
culpa por no alcanzar la utopía de la positividad tóxica. Este ciclo se
retroalimenta, creando un círculo vicioso de emociones desagradables e
inadmisibles, difícil de silenciar.
Desde
la psicología se advierte que, la clave no es suprimir o negar nuestras
emociones, sino aprender a manejarlas de manera saludable y constructiva.
Permíteme
que te muestre el efecto que puede tener la negación emocional a través de una
metáfora:
Si
las emociones son mensajes que nos envía nuestra mente y cuerpo, las podemos
comparar con un cartero cuyo trabajo consiste en hacernos llegar un paquete o
carta a casa.
Su
misión es hacernos llegar estos mensajes, no solo porque es su trabajo, sino
porque también considera la importancia que estos pueden tener para su
receptor, por lo que para cumplir con su labora utilizará diferentes medios. Si
el cartero llama a nuestro timbre y nosotros decidimos que no le abriremos la
puerta para recibir ese paquete, probablemente los paquetes se irán acumulando
en la puerta, y el cartero cada vez insistirá más para cumplir con su trabajo.
En el peor de los casos empezará a tratar de introducir algunos de los paquetes
por debajo de tu puerta para que así puedas recibirlos.
Cuando
nuestra puerta esté llena de paquetes, no nos quedará más opción que abrir la
puerta, recogerlos e ir abriéndolos uno a uno. Para entonces, se habrán
acumulado tantos que será mucho más complicado de gestionar y ordenar.
Algo
similar sucede con las emociones, si no hacemos caso estas no desaparecen, sino
que se van acumulando. El riesgo de
acumular emociones es que, cuando no nos quede más opción que enfrentarnos a
ellas, puede que nos desborden y surjan como una explosión emocional. En
cambio, si día a día vamos recogiendo cada uno de los mensajes que nos trae el
cartero, y atendemos cada uno de lo que nos quieren comunicar nuestras
emociones, serán más tolerables y fáciles de gestionar y sin que nos
desborden.
Ana Callejo Matey - Terapeuta del CPA