Cuántas veces habremos visto en la televisión anuncios como “pierde peso en tan solo dos semanas” o “nuevo método fácil y milagroso para obtener la figura que deseas”. Con estos mensajes lo que se promueve es única y exclusivamente la pérdida de peso como condición para estar “bien” físicamente y saludable. Pero, nada más lejos de la realidad. Fijarnos única y exclusivamente en el peso es algo demasiado simplista, sería uno de los miles indicadores que podría cambiar en un proceso de hábitos alimentarios. Y, destacamos el podría porque hay veces que no cambia, o cambia muy poco, pero nuestro estado corporal y psicológico sí ha mejorado (p. ej., un mayor bienestar psicológico, más energía, más fuerza, distintos resultados en analíticas, determinado porcentaje de grasa, etc.). Si nos centramos únicamente en este indicador, podemos frustrarnos e incluso llegar a “obsesionarnos” con el número que marca la báscula.
Centrándonos únicamente en el peso,
dejamos de lado aspectos tan importantes como aprender a elegir los alimentos
que consumimos teniendo en cuenta nuestras necesidades o apetencias, la calidad
de los alimentos que consumimos, identificar nuestras señales de hambre y
saciedad, a flexibilizar nuestra forma de ingerir y, sobre todo, a tener una
relación saludable con la comida.
Además, muchas de las dietas que se
hacen con el único objetivo de perder peso se basan en ingerir menos calorías
de las que se consumen, algo bastante desfasado. Básicamente, porque engordar,
tener sobrepeso o obesidad, no depende de una única causa, sino que es algo
multifactorial y depende en gran medida de nuestro contexto.
Por esto mismo, es muy importante que
tengamos en cuenta el ambiente donde nos movemos y el impacto que éste tiene en
nuestros hábitos, en nuestros cuerpos y en nuestras conductas. Muchas veces
tenemos la presión social de tener un físico determinado, estar más delgado/a,
más “fit" o cualquier autoexigencia que nos imponemos, bajo la creencia de
que lo conseguiremos únicamente haciendo “dieta”, y nada más lejos de la
realidad. No vivimos en una cajita de laboratorio donde podemos controlar todas
las variables, y menos mal. Sino que nos movemos en un contexto y éste tiene
sus particularidades, las cuales no podemos dejar de lado si tratamos de
entender nuestra conducta alimentaria.
Por lo tanto, me gustaría explicaros algunos factores de nuestro contexto, que no son determinantes pero influyen en nuestra relación con la comida;
- El acceso y el tipo de comida. Nos remontemos al paleolítico o la época de nuestros abuelos, el acceso a la comida requería de cierto esfuerzo. Tenían que cazar, cultivar, recolectar o simplemente prepararla. Ahora, tenemos acceso a la comida con mucha facilidad; nuestras despensas, en el supermercado de abajo o llamando para que nos la traigan a casa. Además, la industria alimentaria se ha encargado de hacer alimentos cada vez más palatables, es decir, que generen más placer al ingerirlos y por lo tanto, nuestras ganas de consumirlos sean cada vez mayores.
- Vemos comida por todos los sitios. Ya no es únicamente que sea más accesible, sino que estamos rodeados de estímulos que nos incitan a comer, en la televisión, en las redes sociales, en grandes anuncios por las calles. Además, en muchas ocasiones la publicidad alude a estados emocionales fomentando el comer emocional. A quien no le suena eso de “Tómate un respiro, tómate un…”. Si quieres saber más sobre el comer emocional te invito a leer esta entrada: http://psicologia-cpa.blogspot.com/2019/01/comer-emocional-cuando-nos-alimentamos.html
- Nos movemos mucho menos. Nuestros trabajos cada vez requieren menos movimiento y más silla. Pero no solo eso, nuestro ocio también ha cambiado, cada vez implica más Netflix, más redes sociales, más videojuegos, más sofá y menos calle.
- El contexto urbanístico. En muchas ocasiones parece que las ciudades no han sido construidas para las personas sino para los vehículos. Grandes carreteras y estrechas aceras, mucho asfalto y poco verde, ¿a quién le va a apetecer moverse por estos lares?.
- Nuestra cultura. La cultura del lugar donde nacemos influye muchísimo en la forma en la que nos relacionamos con la comida. ¿Cuántas celebraciones giran en torno a grandes comidas?, ¿cómo premiamos los grandes logros?, ¿cómo te relacionas con tus amigos/as? Te sonará lo de “Oye, ¿nos tomamos algo y te pongo al día?”. Y esto no es algo negativo, es parte de nuestra cultura y de nuestra forma de relacionarnos, querer eliminar esto, probablemente nos llevaría a aislarnos.
- El estrés. Vivimos en la sociedad de la rapidez y la inmediatez, estresados/as con mil tareas que hacer. Ello nos lleva a declinarnos por alimentos más palatables y a ingerir cantidades más grandes de comida, ya que solemos comer más rápido y esto nos dificulta hacernos conscientes de nuestras señales de saciedad. Todo ello a su vez, puede llevarnos al comer emocional, aprendemos a regular nuestras emociones desagradables con comida. ¿Te suena lo de: “hoy me lo merezco”?.
- La historia personal de cada uno/a. La forma en la que hemos aprendido a comer desde pequeños/as, si en nuestras casas teníamos unos hábitos, qué tipo de comida ingeríamos, si se nos premiaba con comida, etc. Todo esto influirá en la manera en que nos relacionamos con la comida y que haga más o menos fácil cambiar esos hábitos.
- Mi estado físico y mi imagen corporal. Esto podrían considerarse las propias consecuencias. Si mi movimiento durante mucho tiempo ha sido escaso, puede que tenga problemas respiratorios y/o articulares y probablemente hacer ejercicio o alguna actividad física implicará un sobreesfuerzo. Además, la propia insatisfacción corporal también puede llevar a la evitación de ciertas conductas que limiten la actividad física, como por ejemplo: no ir al gimnasio por miedo a las burlas.
Por lo tanto, como hemos podido ver, hay una gran cantidad de factores que influyen en nuestro modo de relacionarnos con la comida. Pero, algo que tiene que ser clave para empezar a cambiar nuestros hábitos es saber desde dónde quiero hacer cambios en mis hábitos alimentarios: ¿desde el rechazo de mi cuerpo o desde la aceptación?, ¿desde una imposición social porque se supone que mi cuerpo no es correcto o desde una decisión propia?, ¿desde la pérdida de peso por una cuestión estética o desde el cambio de hábitos por una cuestión de salud (¡física y psicológica!)?. Pero sobre todo recuerda: tu cuerpo es válido sea como sea.
Àngela Revert - Terapeuta del CPA.
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