A través de este blog intentamos facilitar a quienes nos leen estrategias para afrontar determinadas situaciones con las que es relativamente sencillo encontrarse pese a no ocurrir a diario y que pueden (o no) hacer que requiramos ayuda profesional. ¿Qué pasa, sin embargo, cuando son los sucesos de nuestro día a día los que nos generan cierto grado de malestar?
¿Cómo se crea y mantiene una rutina?
Suena la alarma por la mañana temprano. Efectivamente, toca ponerse en marcha un día más. Sin ser muy consciente de lo que estás haciendo pones ambos pies en el suelo y vas a la cocina a desayunar algo. Han pasado ya varios minutos y vas tomando conciencia de ti misma y de lo que te rodea. Te has lavado la cara y antes de vestirte coges el móvil. Saludas (o silencias, allá cada uno) a los grupos de siempre y te fijas en dos chats privados: tu amiga y tu pareja. Sonríes: –Al menos les veré en la uni y luego para comer– piensas mientras te vistes sin demasiadas ganas de salir de casa. Ya del todo activa vas hacia la facultad y al terminar las clases vas a comer con la gente. Sin daros cuenta se os hace de noche y toca volver a casa. Es martes, así que esta secuencia se repetirá al menos tres días más en lo que queda de semana. Estás agotada, pero sin saber identificar qué es sientes que algo te empuja a seguir.
A diario experimentamos una amplia variedad de situaciones de las que, muchas veces sin ser del todo conscientes, aprendemos valiosas estrategias que posteriormente pondremos en práctica para enfrentarnos a futuros escenarios desconocidos pero ciertamente parecidos a demandas a las que ya nos hemos enfrentado previamente. Ponerlas en práctica dependerá, entre otras cosas, de las consecuencias que hayamos experimentado al haberlas puesto en marcha previamente: es más probable querer tomar de nuevo un café con alguien si ello nos ha hecho desconectar que si nos ha añadido más carga de la que ya llevábamos.
Adquirir estos conocimientos nos ayuda a enfrentarnos al día a día con un cierto nivel de bienestar y a medida que avanzan los meses vamos interiorizando horarios de trabajo, transporte o estudio a la vez que cuadramos todo esto con aquellas actividades que nos hacen desconectar. ¿Así de fácil? ¡Cuidado!
Cambios silenciosos
Imaginemos que empiezas una nueva asignatura de la universidad que te hace salir de la facultad una hora más tarde de lo que lo habías hecho hasta hora. Puedes seguir dedicando las tardes a quedar con tu amiga, pero la hora extra te impide ver a tu pareja porque entra a trabajar justo a la hora que tú sales de clase. Pasa un mes y, pese a que te gustaría poder ver a tu pareja un poco más, el rato que puedes verla el fin de semana y las tardes que aún puedes pasar con tu amiga te dejan seguir con tu rutina sin demasiados problemas. Pasa otro mes y empiezas a vislumbrar los exámenes finales. Ahora no solo sales una hora más tarde que al principio, sino que te ves en la necesidad de invertir en estudiar el tiempo que no estás en clase y que originalmente invertías en quedar con tu amiga y tu pareja. Sin saber muy bien cuándo ha pasado y sin poder hacer mucho al respecto te das cuenta de que tu ocio se ha reducido a pequeños ratos el sábado o el domingo.
Te sientes triste, pero no entiendes el porqué: tanto quedar con tus amigas como ver a tu pareja los fines de semana siguen haciéndote sentir bien y te permiten desconectar. En los cambios de antes puede estar la clave: mientras tus obligaciones han aumentado tu ocio ha ido disminuyendo progresivamente y ahora tienes que enfrentarte a una rutina aún más demandante sin tu ocio habitual.
¿Hay algo que pueda hacer?
Jugamos con la desventaja de que gran parte de los cambios de rutina son irrenunciables, pero no todo está perdido y aquí hay algunas claves a tener en cuenta:
- Anticipación: ¿te han notificado en el trabajo que vas a cambiar tu horario?, ¿has visto en tu horario de clase que a partir del mes que viene tendrás una hora más determinados días? Ante este tipo de avisos podemos plantearnos qué es lo que hemos hecho hasta ese momento a nivel de actividades gratificantes con el fin de identificar cuándo las ponemos en práctica, si el nuevo cambio en la rutina hará que dejemos de poder ponerlas en práctica y, de cumplirse esto último, actuar en consecuencia. De esta forma, ante la hora extra de clase que hemos mencionado más arriba una posible estrategia de anticipación puede ser identificar la actividad de la que nos va a privar (comer con nuestra pareja) y tratar de reprogramarla (llamando por teléfono a nuestra pareja antes de entrar a la nueva clase). Es evidente que cinco minutos de conversación telefónica pueden no sustituir a una comida, pero llegado el momento pueden suponer una pequeña fuente de desconexión en un día de mucho estrés.
- ¿Para un tiempo o para quedarse?: Si los cambios van a ser temporales anticiparse a ellos como hemos explicado más arriba puede ser una buena opción para que nuestro estado de ánimo no se vea mermado durante esas semanas. sin embargo, de ser más duraderos dichos cambios puede no bastar con anticiparse a ellos y quizá sea necesaria una reprogramación exhaustiva (buscar otras actividades, pensar en otros horarios o plasmar la nueva rutina en una cuadrícula y buscar en ella ratos libres).
Temporales o no, los cambios suelen traer consigo modificaciones en nuestro día a día que como hemos visto no siempre es sencillo identificar. Es por ello que siempre que sepamos que algo en nuestra rutina va a cambiar puede sernos de gran utilidad plantearnos lo que implicarán dichos cambios (a qué área de mi vida afectan, si van a privarme de determinado ocio y si vienen o no para quedarse durante un periodo de tiempo largo).
Daniel Gómez Sesmero - Terapeuta del CPA
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