Cada vez es más habitual que, en la sociedad actual, los miembros que conforman una pareja estén involucrados en actividades laborales ajenas al cuidado de la casa y de la familia y, como consecuencia de esto, también es cada vez más común que ambos se repartan la gestión de las tareas en la relación.
Sin
embargo, pese a esta nueva realidad, existe una problemática bastante extendida
en este nuevo reparto de las responsabilidades (especialmente en relaciones
heterosexuales y con más frecuencia en relaciones con hijos).
Pongamos
un ejemplo de la misma:
Lola
y Mario viven juntos desde hace dos
años. En todo este tiempo, nunca se han parado a pensar en una manera de
dividirse las tareas, las han ido haciendo y resolviendo sobre la marcha. Ha
sido, por tanto, un reparto implícito de las mismas. Así, ambos se encargan de
poner el lavavajillas, de limpiar, de poner lavadoras y de tenderlas, de
planchar, de cocinar, hacer la compra… Aunque hay tareas de las que se encarga
uno más que otro: Lola suele cocinar y planchar, mientras que Mario suele
limpiar más las habitaciones y tender. Sin embargo, Lola tiene una sensación
inespecífica de cansancio, de “motor que nunca para”, aun cuando el reparto de
tareas pueda parecer equitativo.
Si
miramos con lupa, vemos que existen una serie de tareas que no aparecen en este
reparto: cuando el frigorífico empieza a vaciarse es necesario darse cuenta
para ir a comprar las cosas que falteno para dejarlas apuntadas; decidir qué
comer y cenar cada día conlleva una planificación; para poner la lavadora, hay
que tener en cuenta los planes de cada uno para que, cuando esta acabe, la ropa
no se quede mucho rato sin tender y coja humedad…
Y
de todo esto… se encarga Lola.
¿Qué
está ocurriendo aquí?
Este
reparto de tareas deja entrever una situación en la cual la mujer que forma
parte de la relación heterosexual se hace cargo de toda la parte “encubierta”
de las mismas: en muchas parejas modernas, la
logística, la planificación y la organización de todo lo que rodea a la pareja y
a la vida familiar sigue siendo competencia de la mujer.
Para
entender el por qué de esta problemática, tenemos que remontarnos al debate
entre biología-genética y socialización que trata de dar respuesta a la
pregunta: ¿Por qué los hombres y las
mujeres se comportan como lo hacen?
Frente
a la tradicional postura que explica que mujeres y hombres se comportan de
manera diferencial debido a factores biológicos, cada vez existe un mayor grado
de evidencia que respalda que estas diferencias son principalmente causa de la
socialización diferencial a la que hombres y mujeres se ven expuestos desde su
nacimiento.
De
manera breve, las personas aprendemos a comportarnos en el mundo por varias
vías: 1) por experiencia directa (es
decir, por las consecuencias que las cosas que hacemos tienen en nuestro
entorno), 2) por observación de la
conducta de otros y 3), por transmisión
de información a través del lenguaje. Así, aprendemos a comportarnos según
vemos a otros hombres y mujeres comportarse, según cómo nuestros cuidadores e
iguales dicen que deberíamos comportarnos, y según se nos “premian” o refuerzan
y castigan determinados comportamientos. De este modo, habrá comportamientos
que se verán reforzados por las personas de una sociedad si los emite una
persona de género femenino y castigados si los emite una persona de género
masculino, y viceversa.
En
relación al tema que nos ocupa, las
personas que nacen y socializan como mujeres se ven sometidas al refuerzo
sistemático de conductas relacionadas con la organización, la planificación, la
atención a los demás y el cuidado de los mismos.
Es
por todo esto por lo que, pese a no haber hablado nunca del tema, la mujer de
la pareja heterosexual coge automáticamente la batuta de la organización y el
hombre se “deja organizar”: porque tanto ella como él asumen desde un primer
momento que la organización es cosa de
Lola.
¿Qué
consecuencias tiene?
Por
un lado, Mario no asume como propios ciertos cuidados o la responsabilidad de
planearlos (porque nunca lo han sido), mientras que Lola ni se plantea soltar responsabilidades,
debido al malestar que le genera pensar que, de hacerlo, todo se irá al traste.
Así,
Lola reclama que Mario no tiene iniciativa, mientras planea todas aquellas
cosas que le gustaría que planeara él, asumiendo una gran cantidad de trabajo y
cansándose irremediablemente por ello. Mario, por su parte, se siente
relativamente dependiente de Lola y se ve involucrado en discusiones que no
acaba de comprender, teniendo la sensación de no hacer nunca suficiente y de no
saber lo que se espera de él.
Si has llegado hasta aquí, ya has comenzado a solucionarlo: tomar conciencia es el primer paso para poder obtener una solución:
- Si ambas personas reconocen esta problemática, resolverla será menos costoso. Sin embargo, si estás leyendo esto a título individual, el primer paso será compartirlo con tu pareja y tratar de conseguir su entendimiento. Para ello, consideramos muy útil recurrir a este post donde se recomiendan pautas para comunicarse eficazmente y maximizar la probabilidad de comprensión de tu mensaje.
- Planear la planificación: una vez se es consciente del problema, se pueden analizar todas aquellas cosas que son planificadas por cada miembro y hacer un reparto explícito de las mismas.
- Si pese a estos intentos no se llega a un entendimiento, la posible solución pasa por renunciar a organizar todas aquellas cosas que antes solían estar únicamente en tus manos, para lo cual habrá que “pasar el mal trago” inmediato de que algunas tareas no se realicen durante varios días o de la manera en la que suelen hacerse, hasta que tu pareja perciba el cambio y comience a tomar parte en las mismas.
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