La sociedad nos
enseña, a lo largo de nuestra vida, la creencia de que solo necesitamos nuestra
capacidad intelectual para afrontar los retos diarios. Esto favorece que no
prestemos atención a lo que sentimos ni a las señales de nuestro cuerpo. Solo
lo atendemos cuando tenemos quejas físicas que se asemejan a enfermedades con
una causa orgánica concreta; para así, apresurarnos a buscar el diagnóstico y
tratamiento adecuado, y seguir con nuestra demandante rutina. Pero ¿qué ocurriría si ese malestar no se debe a
una causa orgánica?
Fotografía de Photopin con licencia Creative Commons
Cuando nos
enfrentamos a una situación X, cada persona la percibimos de manera única e idiosincrásica, y puede evocarnos una
emoción, la cual nos prepara y moviliza para afrontar la situación. Esto nos
lleva a la siguiente conclusión: todas
las emociones son importantes. Gracias a ellas, hemos podido sobrevivir
como especie a lo largo de nuestra historia. Esto incluye las emociones popularmente
conocidas como “negativas”. Este término
se debe a la sensación desagradable que
producen, pero semánticamente es incorrecto; ya que éstas nos ayudan a afrontar
las situaciones de una manera adaptativa. Así, la tristeza nos ayuda a integrar y aprender de una mala experiencia;
la ira nos impulsa a defender los derechos
que han sido vulnerados; el miedo
nos ayuda a analizar mejor la situación y evitar situaciones de riesgo; y el asco previene que ingiramos posibles
elementos tóxicos. Estas emociones están “programadas” para ser puntuales y
poder resolver la situación inmediata. Pero ¿qué sucede si esta emoción “desagradable” se prolonga en el tiempo?
Fisiológicamente se produce un desajuste por agotamiento de energía mal
repartida en el organismo que acabará manifestándose a nivel corporal. Vamos a
poner un ejemplo: si percibo mi nuevo empleo como una situación amenazante, mis
emociones me ayudarán a afrontar este nuevo reto. Pero, si pasan 10 años y yo sigo
interpretándolo como una situación peligrosa (como si atentase contra mi vida),
continuaré reaccionando con miedo y al final acabaré generando lo que comúnmente
se conoce por “problemas de ansiedad”. A esto se
le suma además que, gracias a mi capacidad de homo sapiens de pensar, soy capaz de revivir esta situación en
cualquier contexto (p. ej., cuando estoy con mi familia y amistades, haciendo
deporte, leyendo, etc.), lo que hace que nunca termine de desconectar y me
ponga a trabajar en exceso. Y es entonces cuando empiezo a tener jaquecas y dermatitis, es decir, “somatizar”.
La somatización se define como la transformación involuntaria de problemas
psíquicos en físicos, es decir, la respuesta de nuestro cuerpo a ese
desajuste energético que mencionábamos antes. Se trata de síntomas físicos, sin
causa orgánica, que muchas veces las personas interpretamos como una patología
física, lo que nos lleva a buscar un diagnóstico y tratamiento de forma
persistente. Las somatizaciones son muy frecuentes en la población y cada
persona puede manifestar distintos síntomas.
¿Qué puedo hacer entonces para disminuir las
“somatizaciones”? A continuación, te dejamos una serie de estrategias para
ello. ¡Toma nota!
v Cuestiona tu percepción sobre la situación. ¿Qué pensamientos tengo
acerca de esa situación? ¿Son objetivos y consistentes con la realidad? ¿Qué
emoción me producen? ¿Me ayudan a conseguir mis metas? Por ejemplo, pensar “me muero si suspendo en junio” es
completamente desajustado, te va a evocar una emoción o malestar desproporcionado
y te dificultará estudiar. Además, si ocurriese, solo cambiaría una pequeña
parte de tu vida y podría solucionarse. En cambio, si compruebas que objetivamente la situación es muy
hostil, es momento de tomar una decisión sobre si te compensa seguir en ella. Si
quieres profundizar en las estrategias de cómo cuestionar y cambiar
pensamientos irracionales, te recomendamos leer esta entrada: http://psicologia-cpa.blogspot.com/2017/03/pensamientos-irracionales-como-graduar.html
v Cuestiona tu forma de afrontar la situación. ¿Es la adecuada?
¿Es coherente con tus metas o valores vitales? Por ejemplo, no desconectar del
trabajo durante las 24 horas del día te va a interferir en el área familiar,
social, de ocio y, como vemos, en la salud. Por ello, es importante que te
responsabilices únicamente de lo que puedes controlar y cambiar, por muy
aversivo que sea. Si quieres aprender a manejar la autoexigencia, la siguiente
entrada puede resultar de tu interés: http://psicologia-cpa.blogspot.com/2020/04/cuando-la-autoexigencia-se-convierte-en.html
v No te obsesiones con los síntomas. Es conveniente
revisar los problemas que padezcamos y siempre buscar ayuda profesional. Pero,
evitando hacerlo de una manera en la que estemos atendiendo y comprobando
compulsivamente nuestros síntomas. En el caso de que el médico no encuentre
causa orgánica y asegure que es una somatización, deberías seguir sus
recomendaciones e iniciar un tratamiento psicológico.
v Haz ejercicio físico. Practica un deporte que te guste de
forma periódica y, con el tiempo, comprobarás como mejora tu ánimo, disminuye
el estrés y el riesgo a padecer enfermedades.
v Realiza actividades que te resulten agradables.
Aunque ahora no te apetezca, si las retomas de manera forzosa observarás como
paulatinamente vendrán las ganas, el disfrute y los beneficios psicológicos y
físicos.
v Apoyo social. Tu círculo de amigos es muy importante, para recibir apoyo, pero también para darlo. El hecho de sentirte necesitado/a
es una de las cualidades más reductoras de estrés.
v Haz ejercicios de relajación. Por ejemplo, a
través de técnicas de relajación o meditación puedes aprender a identificar
cuándo estás tenso/a y así, reducir la activación física.
En el caso de que
estas pautas sean insuficientes y el malestar persista, no dudes en acudir a un
profesional. Desde el CPA podemos ayudarte.
Terapeuta del CPA – Elisa Seco Andreu
Bibliografía
American Psychiatric Association (2013). Diagnostic and stadistical manual of mental disorders (5th ed.). Arlington, VA: American Psychiatric Publihing.
Piqueras, J.A., Ramos, V., González, A., y Oblitas, L.A. (2009). Emociones negativas y su impacto en la salud mental y física. Suma psicológica, 16(2), 85-112.
Sapolsky, R.M. (2008). ¿Por qué las cebras no tienen úlcera? La guía del estrés. Madrid: Alianza editorial.
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