Es posible que
algunas de las siguientes afirmaciones te resulten familiares: “el lunes
empiezo la operación bikini”, “necesito perder algunos kilos para este verano”
o “tengo que bajar de talla”; y es que con la llegada del buen tiempo, y a
pesar de que de momento solo podamos disfrutarlo desde nuestras ventanas,
comienza a resonar esa palabra que tantas veces escuchamos (y escucharemos) en
esta época del año: “DIETA”. Pero,
¿qué significa realmente este término?
Imagen: Trang Doan, con licencia
Creative Commons
La palabra
“dieta” procede del griego dayta y
significa “régimen de vida”, es decir, se refiere simplemente al conjunto de
alimentos que ingerimos a lo largo del día. Sin embargo, cuando utilizamos esta
palabra coloquialmente solemos aludir a un plan nutricional bajo en calorías
que seguimos de manera temporal, y no a un estilo de alimentación. Por lo
tanto, “dieta” ha quedado asociada a palabras como “estricto”, “frustración”,
“sufrimiento”, “prohibición” o “restricción”, y además, a una forma de
alimentación temporal que precede a ciertos momentos del año (por ej., varios
meses antes del verano a modo de “operación bikini”) en lugar de un “estilo de
vida”. Esto nos lleva a pensar que, si nuestro objetivo es modificar los hábitos
alimentarios, y por tanto, lograr un régimen de vida saludable que perdure en el tiempo; en primer lugar,
será necesario redefinir este concepto con el fin de que pierda sus
connotaciones negativas y lo entendamos simplemente como una forma de
alimentación.
Por otro lado,
es importante que conozcamos lo “ahorrador” que es el cuerpo humano. Nuestro
organismo, desde el punto de vista evolutivo, está diseñado para ahorrar
energía en forma de grasa, debido a las épocas de hambruna que ha sufrido
nuestra sociedad a lo largo de la historia. De este modo, se ha visto que los
niños que nacen con un bajo peso, y cuya madre estuvo privada de alimentos,
suelen caracterizarse por tener un metabolismo lento, orientado a ahorrar
calorías en lugar de quemarlas (Campillo, 2004). Cambiar esta herencia genética
no es fácil, requiere de varias generaciones y, entre otras cosas, de no
poner en marcha comportamientos que dificulten aún más el cambio de este “modo
ahorrador”.
Teniendo en
cuenta esta información, ¿qu é crees que pasa en nuestro cuerpo cuando decidimos restringir nuestra
alimentación; o lo que solemos entender (erróneamente) como lo
mismo, “hacer dieta”? En cuanto comenzamos a ingerir una cantidad ínfima de
calorías, fomentamos que nuestro cuerpo entre en “modo ahorro”; y así, nuestro
metabolismo disminuye con el fin de gastar lo menos posible. De esta forma,
cualquier cosa que comamos, será almacenada y exprimida al máximo por nuestro
organismo para obtener la energía necesaria para su funcionamiento, pues no
sabe cuándo volverá a recibir calorías suficientes. Por lo tanto, reducir
las cantidades de comida que ingerimos no es la solución para perder
peso (si esa es nuestra meta), pues cuando se retomen los hábitos
anteriores la probabilidad de aumentar de peso será alta.
En vista de
todo lo anterior, algunos errores
que Herrero y Andrades (2019) proponen como responsables de que las dietas
restrictivas fracasen podrían ser:
- El propio concepto de “dieta”. Tal y
como explicábamos al principio, será fundamental redefinir el significado que este
término tiene para ti. Si quieres que
los resultados se mantengan en el tiempo y no se dé el conocido “efecto yo-yo”,
es necesario que la dieta suponga un cambio de hábitos perdurable. Es un error
pensar en la dieta como algo temporal y negativo, que hay que dejar lo antes
posible, pues en cuanto la abandones, ¡adiós a los resultados!
- Prohibirse alimentos y/o compensar. Una dieta restrictiva no solo tiene
efecto sobre nuestro peso, sino también sobre nuestras emociones. Prohibirse
alimentos no deja de ser una forma de restricción extrema que incrementa
nuestro deseo por los mismos. Con ello,
fomentamos un círculo vicioso de exigencias y pensamientos que aumentarán
nuestros sentimientos de malestar y culpa en cuanto incumplamos la prohibición.
Asimismo, la restricción puede dar lugar a episodios de atracón, tal y como se explica
con más detalle en la siguiente entrada publicada en este mismo blog: http://psicologia-cpa.blogspot.com/2016/11/dieta-y-atracones-un-circulo-vicioso.html
Cabe añadir
que si finalmente acabamos por ingerir alimentos “prohibidos”, las emociones desagradables
que se generan nos pueden llevar a buscar formas de compensar, y estas
conductas son totalmente opuestas a las conductas saludables.
- Tener metas irreales. Si has aumentado
tu peso en el último año, no pretendas perder esos kg en un mes. Si tu objetivo
es mantener los cambios conseguidos a largo plazo, será más que recomendable
que estos se den poco a poco y a través del mantenimiento de hábitos saludables.
- No acudir a profesionales. Es
importante tener presente que cada persona tiene sus propias características y
necesidades, por lo que será un error copiar el plan de alimentación que ha
seguido tu vecina, por mucho que a ella “le haya ido de maravilla”.
En definitiva,
tal y como afirman estas autoras, “la clave del éxito está en crear hábitos
de vida (alimentarios, físicos, emocionales, etc.) que se puedan mantener en el
tiempo” (Herrero y Andrades, 2019, p.64). Deja a un lado las prohibiciones
y centra tus esfuerzos en buscar unos
hábitos de alimentación que te permitan mantener (o mejorar) tu salud, tanto
física como emocional. Si para ello precisas contar con la ayuda de un
profesional de la nutrición y/o de la psicología, no dudes en hacerlo. Ante
todo, vela, principalmente, por tu bienestar.
Noelia Martínez - Terapeuta del CPA
Bibliografía
Campillo, J.E. (2004). El mono obeso. Madrid: Crítica.
Herrero, G., y Andrades, C. (2019). Psiconutricion. Aprende a tener una relación saludable con la comida. Expaña: Arcopress.
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