La autoexigencia es una palabra que se utiliza de forma
coloquial para referirnos a los
pensamientos que elaboramos las
personas a lo largo de nuestra historia de aprendizaje, en torno a cómo debemos ser y
comportarnos. Cuando hablamos de personas
muy autoexigentes nos referimos a personas que se comportan en base a creencias desadaptativas, debido a que estos
pensamientos sobre cómo debemos ser y comportarnos son rígidos, inflexibles y,
en ocasiones, irreales. Éstos pueden aparecer en todas las áreas de nuestra
vida y surgen por la interacción de nuestra historia de aprendizaje y el
contexto en el que vivimos. En ocasiones pueden llegar a resultar tremendamente
dañinos para nosotros mismos, teniendo gran impacto en nuestro comportamiento y
en nuestra vida. Es entonces cuando la autoexigencia se convierte en nuestro
enemigo.
Fotografía de Pexels
con licencia de Creative Commons
El primer paso para reducir a este enemigo, es aprender a
identificar en nuestra vida la presencia de autoexigencias desadaptativas. Algunas
características que nos pueden ayudar en esta labor son:
- El contenido de las autoexigencias habla
de lo que consideramos importante y positivo cada uno de nosotros en nuestras
vidas. Así, si una
persona valora mucho ser profesional y esforzarse en su trabajo, es probable
que quiera aplicar esto en su día a día. Hasta aquí todo bien. El problema surge cuando estos pensamientos
se vuelven estrictos e inflexibles,
de forma que esa misma persona puede acabar exigiéndose a sí misma “ser
perfecta en el trabajo” y “trabajar lo máximo posible” y, por tanto, dirigir su
comportamiento a trabajar sin descanso. En consecuencia, lo que aparentemente
iba a dirigido a ser fiel a su valor de esforzarse y ser profesional, al final acaba invadiendo su vida e
interfiriendo en la práctica de otros valores igual de importantes (p. ej.,
descansar, cuidar la relación con la familia, realizar actividades de ocio,
etc.); lo que, generalmente, acaba siendo una fuente importante de malestar
(estrés, ansiedad, bajo estado de ánimo, etc.).
- No tienen en cuenta las excepciones y
la variabilidad de circunstancias por las que pasamos los seres humanos, a pesar de lo que éstas
repercuten en nuestro comportamiento. Un ejemplo sería el caso de un estudiante
con una exigencia elevada sobre su rendimiento que piense que siempre “debería
estar concentrado estudiando 9 horas al día”. Esta exigencia sería desadaptativa
al no tener en cuenta la influencia de las circunstancias. Sabemos que la capacidad
de concentración que puede tener una persona es diferente cuando ha descansado,
se encuentra bien físicamente y no está preocupada; de la que se tiene cuando
se estudia una asignatura que no nos gusta, estamos cansados, con algún dolor
físico, etc. A pesar de ello, las autoexigencias se mantienen rígidas, sin
atender a estas circunstancias.
- Hacen que nos sintamos mal cuando no
las cumplimos. Ansiedad,
culpabilidad, tristeza, fracaso, enfado… son algunas de las emociones y
pensamientos más comunes que expresan las personas cuando no cumplen sus
exigencias. Además, al tratarse de pensamientos tan exigentes no dejan lugar para el error ni la
equivocación.
- Se centran en los resultados en vez
de en los procesos. ¡Qué
comunes son las exigencias centradas en las calificaciones en vez de en el
aprendizaje que se construye, o en una cifra concreta de kilogramos en la
báscula en lugar de en cuidar nuestro cuerpo y salud, y poder disfrutar de
ello! Y esto, además de generar gran malestar, dificulta que podamos disfrutar del
camino de llevar a la práctica nuestros valores.
Ahora que ya sabemos identificar a las autoexigencias
desadaptativas, ¿cómo podemos combatir a este enemigo en nuestro día a día?
1. Identifica tus pensamientos de
autoexigencia. ¿En
qué áreas aparecen? ¿Cómo están formulados? ¿Qué consecuencias tienen en lo que
haces y en lo que sientes?
2. Párate
a reflexionar sobre el impacto que tienen
en tu vida. ¿Cuáles son los que has identificado y cómo te están afectando?
¿Te interesa cambiarlas? Recuerda que, por un lado, la autoexigencia nos aporta
beneficios, puesto que nos ayuda a conseguir algo que valoramos mucho. Sin
embargo, generalmente, interfiere con otras áreas de nuestra vida y con nuestro
bienestar.
3. Reformula tus exigencias de forma más
realista, teniendo
en cuenta tus circunstancias, tu contexto y lo que valoras en tu vida. Así
mismo, trata de que éstas se centren en los procesos y en lo que tú puedes
hacer en vez de en los resultados (p. ej., es más realista proponerse aprender
bien una asignatura que sacar un 9, dado que esto último va a depender también
de otras variables que están fuera de tu control como es la dificultad del
examen o lo estricto que sea el profesor corrigiendo).
4. Paralelamente empieza a realizar cambios en tu
comportamiento; ponle límites a tu autoexigencia: planifica tu semana
dejando tiempo libre; fija un horario para hacer las tareas y respétalo (¡nada
de seguir trabajando fuera del horario establecido, incluso cuando no ha
quedado todo lo bien que querías!); permítete hacer las cosas imperfectas; etc.
En definitiva, haz experimentos para comprobar qué ocurre si no cumples o
reduces tu nivel de exigencia. Pese a
que en un inicio puede resultar difícil, si lo haces de forma repetida y
aguantas el malestar que al principio te generará, a largo plazo verás cómo tu
bienestar aumenta.
5. Comienza
a prestar atención a otras áreas importantes de tu vida que hasta ahora no
priorizabas. Por ejemplo, ver a tus amigos, charlar con tu familia, dedicar
tiempo a tus aficiones, hacer ejercicio,… lo que sea para ti importante. Buscar ratos
para ello y respétalos, lo que te va a ayudar a cumplir con el punto anterior
de una forma más sencilla.
6. Por
último, si estas pautas no son suficiente, el malestar es alto y está
interfiriendo en tu vida, no dudes en
buscar ayuda profesional. En el CPA podemos ayudarte.
Lucía González – Terapeuta del CPA
Bibliografía
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Roca, E. (2003). Cómo mejorar tus habilidades sociales. Programa de asertividad,
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Torneke, N., Luciano, C., &
Salas, S. V. (2008). Rule-governed behavior and
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