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Para hacer cualquier cosa en esta vida necesitamos motivación... ¿o no? ¿Qué pasa si no tenemos motivación para iniciar una actividad? Más aún, ¿qué es la motivación? ¿Se puede “tener” más o menos motivación, como tenemos más o menos dinero o manzanas?
Empecemos por el principio. Lo que conocemos como motivación (“ganas para
hacer algo”) no es algo interno que se pueda medir en términos cuantitativos,
como la cantidad de glóbulos rojos. Tampoco es la causa directa de nuestro
comportamiento (“como tengo muchas ganas de hacer algo, lo hago”). Esta sería
la explicación coloquial, del día a día a la que estamos acostumbrados. Sn
embargo, la motivación, desde un punto de vista técnico o científico, serían
todas aquellas variables ambientales que facilitan o dificultan la emisión de
un comportamiento. Sería todo aquello que de forma externa influye en nuestro
comportamiento, teniendo en cuenta que nuestro comportamiento siempre se da en
un contexto determinado e interacciona con este. Por ejemplo, si la publicidad
nos muestra a personas atractivas y de éxito fumando, esto aumentará la
probabilidad de que algunas personas se inicien en este hábito. Por otro lado,
si nos “regalan” 200 euros para jugar en una conocida casa de apuestas online,
tenderemos con más probabilidad a jugar, a diferencia de si nos dijeran: “estos
200 euros son solo una trampa para desplumarte sin que te des cuenta”. No
hacemos las cosas “porque sí”, las hacemos influenciados por nuestro entorno.
Entonces, que yo me coma una manzana o una bolsa de patatas, dependerá no
tanto de “mi motivación”, sino de otras variables; como qué alimentos tengo en
casa; cuánto tiempo llevo sin comer; cómo me encuentro anímicamente; qué voy a
hacer mientras como; si soy capaz de fijarme en las consecuencias a largo plazo; y un largo etcétera. En cada momento y para cada persona, estás variables
serán potencialmente distintas.
Ahora que sabemos que nuestras acciones no dependen tanto de factores
“internos”, sino de variables que (facilitan o dificultan) nuestros actos, te
damos tres claves para aprender a controlarlas y evitar así que éstas nos
controlen a nosotros:
1. Ponte fácil el contexto. Si quieres empezar a
comer más sano, no traigas a casa alimentos poco saludables bajo el pensamiento
“yo puedo controlarme”, porque “por muy motivado que estés” para comer sano, si
tienes en casa tu helado favorito, cuando te sientas aburrido, cansado o deprimido,
te lo vas a comer porque lo tienes disponible. Póntelo fácil y no traigas al “enemigo”
a casa. Esto vale para cualquier contexto que no sea el hogar. Este es el
motivo por el que muchos profesionales de la nutrición (y de la salud en
general), estamos luchando para que en las máquinas expendedoras de nuestros centros
de trabajos haya alimentos saludables en lugar de bollería industrial y
refrescos azucarados.
2. Fija objetivos realistas, específicos y medibles. Si te apetece aprender a tocar un instrumento, sé realista y fija objetivos
de aprendizaje acordes al tiempo que le vas a poder dedicar, los recursos
económicos, tu experiencia musical previa, etc. Crea pequeños sub-objetivos y
planifícalos en un calendario. A medida que avances, mide tu progreso para
hacer modificaciones si es necesario.
3. Hazlo. Te apetezca o no te apetezca, tengas “más o
menos ganas”. Los psicólogos no nos cansamos de repetir que “las ganas se
hacen”. Obviamente, si un día te levantas pensando “qué maravilla, me toca
entrenamiento de fuerza” o “me apetece muchísimo la reunión con mi jefa esta
mañana”, será estupendo para ti; te será mucho más fácil hacerlo, porque no
necesitarás emplear estas estrategias. Sin embargo, esto no siempre sucede esto
y no podemos depender de que esto suceda de forma espontánea para comportarnos
de acuerdo a nuestros objetivos. ¿Te imaginas vivir siempre por lo que nos
apetece a cada uno de nosotros en este momento? ¡Estaríamos totalmente vendidos
por las consecuencias inmediatas! Sin ir más lejos, y cogiendo un ejemplo muy
actual, casi nadie estaría cumpliendo el confinamiento en casa por la crisis
que estamos viviendo. Por lo tanto, si no te llega la motivación espontáneamente,
motívate tú mismo. ¿Cómo? Podemos hacerlo de dos maneras. Pensando qué cosas
positivas generará mi comportamiento (p. ej., “quedándome en casa estoy
ayudando a frenar la curva”, “hacer actividad física me ayudará a despejarme un
rato”, etc.) y qué cosas negativas (p. ej., “si salgo de casa puedo contagiarme
y contagiar a otras personas”, “quedarme todo el día en el sofá aumentará mi
malestar”, etc.). A continuación, ponte “manos a la obra” y hazlo, pasa a la
acción y prémiate por ello, con algo que te guste (p. ej., una cerveza, hacer
una videoconferencia con unos amigos, cocinar un plato nuevo, etc.) y/o con tus
propias palabras en forma de halagos (“qué bien lo he hecho”, “aunque no me
apetecía me he puesto y lo he conseguido”, etc.).
No existen varitas mágicas para “aumentar” nuestra motivación por hacer las
cosas, pero sí puedes poner en práctica estas estrategias y ver cómo dan sus
frutos. En la repetición está la clave. Repetir,
repetir y repetir. Hasta que llegue un día que no cueste: ¡enhorabuena,
ya lo haces de forma automática!
P.D.: Quédate en casa. Este virus lo vencemos unidos.
Rocío Castaño – Terapeuta del CPA
Bibliografía
De
Pascual, R. (2015). La motivación en terapia: un análisis funcional. Tesis
doctoral no publicada, Universidad Autónoma de Madrid, Madrid, España.
Froján
Parga, M. X., Alpañés Freitag, M., Calero Elvira, A., & Vargas de la Cruz,
I. (2010). Una concepción conductual de la motivación en el proceso
terapéutico. Psicothema, 22(4).
Me ha gustado por si cercanía y claridad. Enhorabuena Rocil
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