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lunes, 10 de mayo de 2021

Los demás deberían cambiar

“Mi jefe es idiota, tendría que ser más comprensivo con sus empleados/as”, “mi pareja debería interesarse por mí, nunca me pregunta qué tal el día”, “mi amiga siempre elige restaurante cuando comemos fuera, tendría que tener en cuenta la opinión del grupo”…

Foto de Alex Green en Pexels

En determinadas situaciones, no nos gusta cómo se comportan los demás y pretendemos que cambien aquello que consideramos que debería ser de otra manera. No obstante, ¿es esto posible?

Qué podemos hacer cuando el comportamiento ajeno nos resulta desagradable:

1. Aceptar que no va a gustarnos todo de la otra persona.

En ocasiones, tenemos expectativas elevadas y poco realistas sobre cómo deberían comportarse los demás (p.ej., estar siempre disponibles para nosotros/as, no llegar nunca tarde, etc.). Entender que las personas tienen derecho a pensar, sentir o actuar de manera diferente a nosotros/as, es el primer paso.

2. Comprender que no podemos controlar lo que hagan los/as otros/as.

¿Cuántas veces hemos pretendido, o incluso exigido, cambiar el comportamiento de otra persona?  Por ejemplo, si soy vegetariano/a, tratar de que los demás no coman carne.

Por muy deseable que resulte, no podemos controlar qué hacen los demás, ya que cada persona es responsable de su propia conducta, por lo que intentarlo probablemente nos genere frustración.

3. Tratar de facilitar el cambio.

Si bien no podemos modificar de manera directa el comportamiento de los demás, podemos influir en el mismo. ¿De qué manera?

  • Explicitando qué nos hace sentir mal: Aunque consideremos que resulta evidente, los demás no pueden saber qué pensamos o cómo nos sentimos a menos que facilitemos esa información. Para ello, podemos explicar de manera específica qué nos resulta desagradable, cómo nos hace sentir, pedir un cambio concreto y proponer alternativas. En el post “Hacer críticas o pedir cambios” (Hacer críticas o pedir cambios | Psicología ComPartidA (psicologia-cpa.blogspot.com)) dispones de pautas a este respecto.
  • Valorando los pequeños cambios: A veces esperamos que el cambio ocurra rápido, y que la otra persona pase de 0 a 100 (p.ej., espero hacer excursiones con mi primo todos los fines de semana, cuando únicamente le veo en fechas señaladas). No obstante, esto es muy poco probable, ya que dista de la realidad actual (como si tratáramos de presentarnos a una maratón, sin previo entrenamiento, siendo 1 km la máxima distancia que corremos actualmente). Es conveniente valorar los pequeños cambios que realiza la otra persona y que se aproximan a nuestro objetivo, a pesar de no ser la conducta deseada en sí misma (p.ej., que mi primo se muestre disponible para quedar una vez al mes), pues aumenta su probabilidad de ocurrencia.

4. Gestionar cómo nos hace sentir el comportamiento de la otra persona.

¿Y si, a pesar de facilitar el cambio, este no se produce? En ese caso, podemos gestionar cómo nos sentimos, por ejemplo:

  • Ajustando nuestros pensamientos: ¿Realmente debería comportarse de otra manera o simplemente yo lo preferiría?, ¿es tan grave que actúe así?, ¿me resulta útil pensar en términos de exigencias o, por el contrario, me hace sentir peor? Cambiar verbalizaciones de obligatoriedad (p.ej., “tendría que hacer X”) por otras más flexibles (p.ej., “me gustaría que hiciera Y, pero no depende de mí”) puede sernos de ayuda.
  • Dejando de “darle vueltas”: Pensar repetidamente en lo molesto que resulta algo, aumenta el malestar que nos genera, ya que focalizamos nuestra atención en los aspectos negativos (incluso en ausencia del comportamiento indeseado). Identificar que “entramos en bucle”, darnos un mensaje a nosotros/as mismos/as (p.ej., “pensar sobre ello todo el rato, no va a ayudarme”) y distraernos con otra actividad (p.ej., salir a dar un paseo, escuchar música), puede facilitar la gestión de nuestros pensamientos poco útiles recurrentes. 

5. Tomar decisiones.

Cuando facilitar el cambio y gestionar las emociones que el comportamiento desagradable de otras personas nos hace sentir no es suficiente, y continúa interfiriendo en nuestro día a día, podemos hacer balance sobre los pros y contras de la situación, determinando si nos compensa o, por el contrario, preferimos establecer límites en nuestro propio beneficio. Por ejemplo, si los comentarios ofensivos de nuestro jefe son repetidos, generan un mal ambiente de trabajo y están repercutiendo en nuestra autoestima, cambiar de empleo podría ser una alternativa.

Si te sientes de algún modo identificado/a con lo descrito en este post y percibes dificultades para gestionar la situación, no dudes en pedir ayuda profesional. Podemos ayudarte.

Andrea Collado – Terapeuta CPA

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