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martes, 23 de febrero de 2021

La utilidad del sufrimiento.

Según el Génesis, así condenó Dios a la humanidad: “(…) maldita sea la tierra por tu culpa. Con trabajo sacarás de ella tu alimento todo el tiempo de tu vida. Ella te dará espinas y cardos, y comerás hierba de los campos. Con el sudor de tu frente comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste sacado; porque polvo eres y en polvo te has de convertir.” Así como maldijo: “multiplicaré el dolor de tus preñeces. Con dolor parirás a tus hijos ( …)”

El antiguo testamento lo plasma claramente, el sufrimiento es una experiencia universal e inevitable para los seres humanos. Independientemente de la cultura o religión, los hombres nos hemos preguntado por qué sufrimos y a lo largo de la historia hemos dedicado mucho esfuerzo a escapar del malestar. Vivir conlleva sufrir de una forma u otra: hambre, frío, calor, tristeza, ansiedad, miedo, dolor… estas emociones o estados nos resultan muy desagradables y, aunque consigamos aplacar momentáneamente nuestros malestares, estos vuelven al cabo del tiempo.

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En muchas ocasiones la gente acude a terapia con el objetivo de ser feliz, de dejar de sufrir, de no sentir más ansiedad, etc., como esperando una pastilla que les sede indefinidamente de toda emoción desagradable. Es normal desear algo así, pero muy poco realista y contraproducente. El sufrimiento tiene una utilidad para las personas, el hombre sedado difícilmente sería funcional en el mundo actual. Todas esas emociones tan desagradables están ahí porque han tenido un valor adaptativo para la especie, es decir, nos han permitido seguir con vida, reproducirnos y garantizar la continuidad de nuestros descendientes. Tener pavor a las arañas y serpientes servía para que el hombre prehistórico, de manera natural, evitase jugar con ellas o comerse una tarántula. La capacidad para asociar las emociones (por ej., pavor a las arañas) a un contexto (por ej., una cueva) nos resultó igualmente útil (por ej., la cueva me da pavor, no entro a la cueva, no me pica ninguna araña).

Pero, ¿qué sentido tiene eso ahora mismo? De la misma manera que al hombre primitivo una emoción sumamente desagradable le ayudaba a sobrevivir, nuestras emociones pueden ayudarnos a adaptarnos a los contextos en los que nos movemos. Experimentar tristeza ante una pérdida nos permite comunicar una necesidad de afecto a nuestros seres queridos, así como tener momentos de quietud y reflexión sobre cómo ha cambiado nuestro mundo. Experimentar ansiedad ante una entrevista de trabajo hace más probable que intentemos prepararnos una posible presentación personal, buscar información sobre la empresa, escoger ropa adecuada... Si no nos generase ansiedad la entrevista de trabajo quizás iríamos sin afeitar, en chándal y recién levantados, lo que no suele ayudar a conseguir empleo. Tener miedo a la muerte y al dolor hace que no conduzcamos a 200 km/h, la sensación de soledad nos anima a relacionarnos, el asco a evitar situaciones contaminantes, etc. Vemos como el sufrimiento y las emociones desagradables no son malas en sí mismas, son útiles para nosotros ya que nos ayudan a actuar para nuestro beneficio; ahí radica el valor del sufrimiento, su por qué.

No obstante, respecto al sufrimiento, se podría aplicar la máxima heraclítea, “todo según medida”. Al experimentar un malestar intenso o durante periodos de tiempo muy prolongados, este deja de ser adaptativo, dificulta que pongamos en marcha nuestras estrategias de solución de problemas y aumenta la probabilidad de que acabemos abandonando nuestro camino para relacionarnos de un modo más adecuado con nuestro contexto. Cuando el sufrimiento hace que nos paralicemos o evitemos realizar cosas importantes para nosotros por no experimentar malestar es cuando empezamos a tener un problema con el sufrimiento y es cuando podríamos plantearnos acudir a terapia.

Desde el CPA, podemos ayudarte.        

Santiago Martín Asencio – Terapeuta CPA 


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